La vida de Dave Callen ha dado un giro inesperado desde que Erebus, una organización de asesinos subvencionada por el estado norteamericano, decidió brindarle una oportunidad de redención a cambio de un alto precio: su propia identidad.
Por el camin...
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—Déjame ayudarte, lo estás haciendo mal. —Respondió un chico moreno atractivo y elegante con el pelo húmedo cayéndole sobre la frente. Puso sus manos entre la de Elora sujetando la fina espada deportiva sin punta en una posición central y ayudándola. —Si mantienes la espada tan alta te centrarás demasiado en la defensa, y la táctica apropiada está en atacar cuando sea necesario. De esta forma estás limitando tus ataques, Kat. —Advirtió el apuesto joven amablemente. Un estruendo atronador sonó de pronto retumbando por todo el gimnasio. La tormenta estaba cada vez más cerca.
El chico vestía un traje blanco y ajustado de esgrima que evidenciaba su cuerpo delgado y robusto junto a unas vendas blancas entre las manos con los dedos descubiertos como mitones. Elora lo observó de reojo, olía a sudor, pero no sabía si era suyo propio o si provenía de él, y entonces negó con la cabeza.
—No necesito ayuda. —Replicó dando un brinco y volviéndolo a señalar con la punta de la espada. El chico sonrió.
Ambos volvieron a adoptar una pose ofensiva haciendo chocar sus espadas una decena de veces más hasta que en una de ellas, el chico le asestó un golpe lateral a la espada de Elora arrancándola de sus manos y apuntando a su rostro con la punta redondeada y poco amenazante de la espada.
—Pues yo creo que sí necesitas mi ayuda. —Señaló el chico esbozando una sonrisa orgullosa. El agua de lluvia se escuchaba caer cada vez con más fuerza desde el exterior.
Elora se volvió hacia atrás y dejó la espada sobre un respaldo de madera. Ya no entraba ni un rayo de luz por la ventana, tan solo se veían gotas de lluvia sobre el cristal y la luz pobre de las farolas de la calle. Sacudió la cabeza y caminó hacia uno de los bancos alargados de madera que había a lo largo de la sala de gimnasia mientras se despasaba la gomilla del pelo y dejaba sus cabellos castaños libres.
—Dios mío, debe ser muy tarde... el tiempo se ha pasado volando. Nos vemos el lunes, Kev. —Añadió ésta aferrándose a su bolsa blanca de gimnasio y colgándosela de un hombro mientras con la otra mano recogía el paraguas cuidadosamente depositado sobre una toalla empapada en el suelo. Kev se alejó hacia otra parte del gimnasio mientras Elora se emperifollaba los cabellos frente a los espejos que había a los costados de la sala.
El gimnasio se había quedado vacío como de normal y solo quedaba ella y su instructor de esgrima bajo la luz de los fluorescentes del recinto y el tenue y y apagado fulgor de las farolas que entraba por los ventanales alumbrando una parte de la sala.
—Kevin Pryor... —pronunció un hombre alto y cuarentón que acababa de entrar por la puerta en algún un momento del que Elora no llegó a percatarse. Sus ropajes estaban empapados y su voz sonaba rígida y fría a la vez que embaucadoramente atractiva.
—Soy yo. —Asintió el joven atlético desenroscándose las vendas de las manos y caminando hacia el hombre. Elora observaba expectante desde la otra punta de la sala —Estamos a punto de cerrar, me vendría mejor si te pasases mañana, lo siento...