CAPÍTULO XXXI: SE TIÑE DE UN ROJO ARDIENTE

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Dave cerró la puerta de su piso y pasó el pestillo

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Dave cerró la puerta de su piso y pasó el pestillo. Tenía los cabellos oscuros y pegados a la frente, estaban empapados por la llovizna que embadurnaba la ciudad. Se retiró la chaqueta deportiva húmeda y la dejó caer sobre el parqué mientras avanzaba por el vestíbulo oscuro en dirección al dormitorio. Los relámpagos iluminaban momentáneamente el entorno dotándolo de figuras extrañas y fantasmagóricas que se reflejaban sobre los muros modernos y haces de luz débiles provenientes de la urbe se colaban por los gigantescos ventanales aportando una luz grisácea al salón.

Dave había percibido algo extraño cuando llegó al dormitorio. No había encendido la luz, por lo que se veía todo difuso en la oscuridad, pero había pisado una zona húmeda y resbaladiza del suelo con sus zapatillas. Permaneció inmóvil en estado de hipervigilancia escrutando su habitación en la penumbra y fijándose en las zonas iluminadas por la luz que entraba por los ventanales. Alguien o algo húmedo había pasado hace poco por esa zona.

Se aproximó al armario con sigilo trazando el movimiento más silencioso y pausado que jamás había llevado a cabo con sus pies gracias al entrenamiento de Red, deslizó su mano sobre uno de los estantes sin retirar la mirada del entorno y recogió un reloj de acero inoxidable que no dudó en envolverse alrededor de sus nudillos.

—¿Qué pretendes hacer con eso, novato? —Murmuró una voz familiar en medio de la oscuridad. Un relámpago mostró la silueta de Red acercándose a la ventana con una sonrisa a medias mostrando sus blancos dientes y haciéndose visible frente a la luz del ventanal. Se había cambiado de ropa, llevaba unos vaqueros desgastados y una sudadera negra con una capucha que colgaba sobre su espalda. Dave suspiró calmado tras verlo y dejó caer el reloj al suelo.

—Eres idiota, en serio. —Aseguró avanzando hacia su cama y dejándose caer, quedándose sentado sobre ella. No quería reconocer el susto que se había llevado. —¿Qué haces aquí? ¿cómo has entrado?

—No es tan difícil forzar una cerradura, créeme. —Aclaró dándose aires y aproximándose a Dave. —Te dije que teníamos una conversación pendiente y no lo he olvidado.

Acto seguido, Red se deshizo pacientemente de su sudadera negra lanzándola al suelo e impresionando a Dave que abrió los ojos con incertidumbre y excitación a la vez.

Los imponentes músculos de Red lo estaban intimidando y seduciendo una vez más junto a su piel oscura y sus pezones que estaban erizados debido al frío tras haberse quedado sin nada cubriendo su piel.

—¿Qué haces? —Preguntó desconcertado observando el cuerpo de Red, esta vez sin retirar la vista.

—Esta mañana me preguntaste cómo me hice estas cicatrices... —Murmuró deslizando algunos de los dedos de su mano derecha sobre la cicatriz bajo el pecho izquierdo. —te dije que te lo contaría, porque quería hacerlo pero, simplemente no sabía cómo decirlo... ¿Todavía quieres saberlo?

Dave asintió sin mediar palabra y se alzó frente a Red para observarlo seriamente a los ojos. Red inspiró con fuerza rellenando sus pulmones y elevando su pecho sobre ellos, que se inflaba y definía con más fuerza. Acto seguido, echó todo el aire y se preparó para hablar.

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