La vida de Dave Callen ha dado un giro inesperado desde que Erebus, una organización de asesinos subvencionada por el estado norteamericano, decidió brindarle una oportunidad de redención a cambio de un alto precio: su propia identidad.
Por el camin...
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—Se supone que no debería estar aquí... —Advirtió Dave aturdido cruzando la recepción desatendida de Future Corp y saliendo por primera vez del edificio en el que llevaba más de una semana encerrado, no parecía haber absolutamente nadie, era de noche, pero no debía ser demasiado tarde. Estaba respirando aire del exterior por primera vez. Advirtió del frío que hacía, y de que él llevaba una camiseta de manga corta y básica, acostumbrado a la calefacción permanente de las instalaciones.
—También se supone que debes hacer lo que ordene tu instructor, ¿me equivoco? —Advirtió Red desviándose hacia el parking del lateral con la botella de alcohol todavía en la mano. Dave le observó indeciso. —El cual soy yo, por cierto.
Dave se detuvo a observar impresionado el enorme rascacielos en cuyo sótano se había alojado los últimos días. La apariencia externa era tan magnífica y magistral como suntuosa. El edificio era metalizado, y en vez de paredes, lo formaban cristaleras tintadas y ventanales enormes por toda la estructura contemporánea junto a sofisticadas placas solares en las plantas superiores que destacaban a simple vista desde abajo. Era imponente verlo con las luces de la noche reflejándose en él. Por un momento parecía ser el edificio más grande de Manhattan, a pesar de que Dave sabía de sobra que no era así, pero tenía algo que le aportaba una relevancia y distinción que no parecían poseer el resto.
Caminó directo al parking observando cómo Red abría la puerta de un coche rojo de una gama inmensamente alta que probablemente Dave no habría podido permitirse jamás ni con el sueldo de todo un año trabajando en la taberna.
—Sube al coche. —Ordenó Red poniéndose al volante.
Dave obedeció y se sentó en el asiento de copiloto observando asombrado todo el interior y la tapicería mientras Red lo arrancaba y lo ponía en marcha.
—¿Este Maserati GranCabrio es tuyo? —Preguntó sin caber en sí de la sorpresa. Red asintió al mismo tiempo que se llevaba un sorbo de whiskey a la boca directamente de la botella. —La puta madre, si éste es un plan para matarme y que parezca un accidente no tiene gracia, ¡pero joder, tío! vaya cochazo...
Red no pudo evitar dibujar una sonrisa que no tardó en ocultar. Los músculos y venas de sus brazos se marcaban mientras sujetaba el volante, e inevitablemente Dave les echaba una ojeada casi son poder controlarlo. Su piel morena con alguna cicatriz, sus brazos anchos llenos de tinta grabada y sus manos gruesas eran perfectas, o al menos rozaban lo que él creía que era la perfección.
—Es lo que ocurre cuando haces bien tu trabajo. —Aclaró Red concentrado mirando al frente.
Dave calló por un instante mientras observaba la silueta de edificios, personas, coches y árboles pasar a toda prisa por la avenida. Los comercios aún estaban abiertos, las luces de neón de pubs y escaparates lo cegaban cada dos segundos, pero lograba reponerse.
—¿Dónde me llevas? —Preguntó Dave sin rodeos. —Porque me dijiste que querías hablar, no irte de excursión conmigo... Y no me gusta nada la idea de estar yendo a un lugar que desconozco en un coche con un tío que me odia y se desquita conmigo cuando tiene la ocasión.