La vida de Dave Callen ha dado un giro inesperado desde que Erebus, una organización de asesinos subvencionada por el estado norteamericano, decidió brindarle una oportunidad de redención a cambio de un alto precio: su propia identidad.
Por el camin...
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Mayo del 2000. Ginebra, Suiza.
―¿Debería recordarte por qué estás aquí, Louisiana? ―Preguntó la anciana detenidamente dirigiéndole una mirada de malicia a la niña y alzando el bastón señalándola.
La niña, de unos diez años, negó agachando la cabeza y mirando al suelo fijamente. Sus cabellos cortos, ondulados y negros como el carbón caían empapados por su propio sudor sobre la frente y la nuca.
―Entonces... ―continuó la señora acariciándose la barbilla y remarcando una sonrisa maquiavélica. ―¿Qué es lo que necesitas para aprender y no cometer más errores? ―Preguntó alterada alzando la voz y levantándose bruscamente de la silla sobre la que se apoyaba, asestando un golpe amargo con el bastón sobre el hombro de la niña y partiéndolo al instante.
La niña cayó al suelo inmediatamente sobre fragmentos del bastón con lágrimas entre sus ojos, que permanecían cerrados por si algún golpe más tenía lugar. Louisiana apretaba la mandíbula, acurrucándose sobre sí misma en el suelo y tratando de protegerse con las manos.
―Niña estúpida, ve a hacer lo que te dije y no vuelvas por aquí hasta que lo tengas. ―Advirtió la vetusta mujer con tono imperativo.
Louisiana se puso en pie, recogió con delicadeza una caja de metal que había sobre la mesa y abandonó a toda prisa el recinto con las mejillas empapadas sin dirigirle la mirada a la anciana. Una vez en el exterior advirtió de su aspecto: iba descalza y los harapos blancos que llevaba como vestido estaban embadurnados de barro y manchas de suciedad. Se llevó la mano al hombro y emitió una mueca. Le dolía y ya tenía una marca enrojecida y amoratada.
Avanzó por los callejones adoquinados del extrarradio de la ciudad tan veloz como pudo hasta llegar a lo que parecía ser una fábrica abandonada. Se introdujo por un rincón poco visible entre los muros y avanzó hasta dar con el patio donde estaba la valla trasera de entrada al almacén.
La niña observó aterrorizada y tragando saliva cómo las verjas metálicas se abrían y de entre éstas se asomaban dos hombres armados que ahora se dirigían hacia ella. Ambos iban de negro.
―¿Qué haces aquí, chiquilla? Este no es un lugar seguro para críos. ―Advirtió uno de los hombres armados con cara de pocos amigos.
Louisiana les ofreció la caja que llevaba entre sus manos de buena gana sin mediar palabra. Fue el mismo guardia quien la sujetó inspeccionándola de arriba abajo hasta distinguir una inscripción grabada en la parte ventral de la caja. Era el inconfundible símbolo del uróboros, la serpiente que se mordía su propia cola.
Asintió la cabeza observando a su compañero y éste extrajo del bolsillo el walkie-talkie que llevaba, poniéndose en contacto con alguien que estaba al otro lado.
―Aquí "vigía 2" a "base", se trata de una de las niñas de Lamia. ―Apuntó seguro de sí. ―Ha traído una caja con la inscripción ¿me recibe? ―El hombre parecía inquieto. La niña lo observaba sin apartar la mirada de él ni un instante.