● PARTE II: ESCARLATA ●

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Las llamas avanzaban con rapidez

por la oscura senda de la intrepidez,

pero Fénix ya no se detenía ante nada,

salvo ante el niño que lo había domado.


Su atractivo era abrumador y mágico,

su chispa brillaba con más intensidad,

pero había algo en él extraño y trágico,

y el niño sabía, no duraría toda la eternidad.


Sus impulsos se hacían cada vez más fuertes,

sus ansias de placer se volvían incontrolables,

lo rodeaba un halo desconcertante de muertes,

y su lujuria insaciable no conocía límites.


Su furia se elevaba impasible entre los nimbos,

tiñendo los siete cielos de escarlata creciente,

sembrando el temor en cada uno de los reinos,

que se postraban ante la grandeza incandescente.


Sin embargo, entre sus brazos todo parecía calmarse,

el mundo parecía un lugar más seguro, más humano,

un lugar donde el ave podía descender y regenerarse

y retrasar así su triste, pero inevitable extinción.

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