Capítulo Doce

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—Esta noche tengo una cita — le anuncio Tom a Samantha. La miraba con tal intensidad que pensó que debería responderle algo, pero no estaba segura de que.

—Que bien. ¿Una de las chicas que conocí con Daphne?

—No, es alguien a quien no conoces— sus ojos marrones nunca pestañeaban tanto como cuando la miraba fijo. —Una bailarina. Piernas, esa clase de cosas.

—Me alegra oír que tiene piernas, especialmente si se trata de una bailarina— intento contener su risa, pues la mirada de Tom le confirmo que se sentía decepcionado.

— ¿Qué harás mientras no estoy? ¿Dormir?

—Puedes insistir con tu fantasía de que estoy al borde de la psicosis sin tu constante presencia, pero no es verdad y ambos lo sabemos. Probablemente me lave el cabello y mire televisión. Claro si tu mi guardián lo apruebas— le respondió maliciosamente mientras jugaba con un mechón de cabello que enrollaba entre sus dedos. Lo miro  y comenzó a reírse porque advirtió que deseaba que se pusiera celosa por su cita. Pero la verdad era que estaba todo menos celosa, sabía que no le gustaban las mujeres como Daphne, pero ¿Qué clase de mujeres  le gustaban a Tom? Probablemente con senos grandes, pensó. Senos grandes, piernas largas y sin cerebro.

—Está bien — le respondió. Ella sonrió — pero no salgas de noche

—Por supuesto que no. Y no permitiré que entre ningún extraño, aunque me ofrezca dulces… a menos que sea una caja de chocolates rellenos. Me entrego al hombre que me ofrece chocolates.

Era obvio que por la expresión de Tom que no le pareció nada gracioso su comentario… y si deseaba que ella estallara en celos.

—Tom—Le dijo sonriendo y sintiéndose alagada por su preocupación y por desear que ella fuera tan posesiva como él. —Ve a tu cita. Estaré bien. No me va a pasar nada, no hare nada extraño, no tienes porque que preocuparte— le tomo la mano y él no cambio su expresión seria— y si te necesito te llamo al celular está bien.

Dudo un momento, pues no le creía mucho, si esa cita no hubiera sido muy importante, no hubiera asistido.

—Está bien me voy, pero cierra bien al puerta.

Tras besarle la punta de la nariz, Samantha sonrió ante el gesto y negó con la cabeza, pero cuando él se fue, cerro bien la puerta y cuando se dio la vuelta, la casa le pareció enorme y un poco atemorizante sin la presencia de Tom. Después de correr las cortinas, salto al escuchar que una sirena pasaba por la calle. Cuando sonó el timbre casi vuelve a saltar y se rio de sí misma. Espero un momento a que el corazón se le normalizara antes de atender la puerta, luego abrió la mirilla y miro hacia afuera.

Era un hombre alto de hombros anchos, con el cabello castaño claro rizado y extremadamente guapo.

— ¿Si? —Le dijo a través de la mirilla

— ¿Esta Tom? — pregunto el hombre

—Sí, pero en este momento está ocupado—le respondió  cautelosamente. Podía ser un delincuente. Conocía el alto índice de crimen de Nueva York. Gracias a la Ley y el Orden.

— ¿Podría decirle que Ian desea verlo? —Al ver que Samantha no le respondía agrego— Ian Taggert. Su primo

—Oh. ¿Tiene alguna identificación? — observo como sacaba su billetera  de la chaqueta sport que lucía y colocaba su licencia de conducir en la mirilla. Ian Taggert. Veintisiete años, un metro ochenta y seis. Cabello castaño y ojos color azul grisáceo. Le parecía autentico…auténticamente magnifico. Abrió la puerta. —En realidad, Tom no está—le dijo asomándose a la puerta—Tenía una cita y salió hace varios minutos.

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