Capítulo Treinta y Siete

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Cuando llegaron a la casa, tenía planeado decirle a Tom que se iría a la mañana siguiente, si es que no quería que se fuera esa misma noche y que lamentaba haberle causado tanto dinero, tiempo e inconvenientes.

Tom le pago al conductor, con toda la calma del mundo abrió la puerta principal y la hizo pasar primero y luego cerro, la puerta.

—Tom— comenzó a decirle, lista para recitarle el pequeño discurso que tenía preparado, pero Tom no le dio oportunidad pues comenzó a avanzar hacia ella. —Tom, ¿Te sientes bien?

—Todo este tiempo pensé que no te gustaban los hombres, a veces pensé que el problema era yo, que te ahuyentaba, pero nunca te alejabas cuando te tocaba... a menos que yo quisiera más.

—Por supuesto que no— retrocedió y se dirigió hacia el living— Tom, me asusta cuando me miras así.

—No creo que nada te asuste. No me temes, en el sentido normal de la palabra.

Samantha sintió que se sonrojaba de los pies a la cabeza. Las luces iluminaban tenuemente el lugar y agradecía que Tom no pudiera reparar en el color de su piel.

—Eres el hombre más estúpido que conozco— le dijo tratando de parecer indiferente, como si estuviera controlada—Solo por qué rechacé tus avances, comienzas actuar como psicólogo y dices que no me gustan los hombres. ¡Ja! ¡Qué absurdo!

—No solamente me rechazaste, rechazaste a todos los hombres.

—Estaría más segura —se detuvo porque ya estaba contra la pared de la sala.

Tom se coloco delante de ella y se inclinó.

— ¿Por qué te divorciaste de tu marido?

—No creo que sea asunto tuyo— cuando trato de alejarse, él le coloco una mano a cada lado de la cabeza.

— ¿Por qué, Sam?

—No es...

—Quizás no es asunto mío, pero de cualquier manera me lo vas a decir.

—Incompatibilidad— le contesto rápidamente, pero sin mirarlo a los ojos.

—Eres una pésima mentirosa.

—A diferencia de ti, tú puedes mentir...

— ¿Por qué, Sam?

—Él...

— ¿Él qué?

— ¡El tenia otra mujer! Contento.

—Entonces era un imbécil. ¿Por qué querría otra mujer cuando podía tener a ti?

Ella desvió la mirada, pero había gratitud en sus ojos por las palabras de Tom.

—Ya te lo dije, ahora mueve tus manos.

—Sí, moveré mis manos— le respondió y la abrazo  y la besó, Sam trato de alejarse de él utilizando toda su fuerza, pero él la sostenía con firmeza.

— ¿Qué te sucede, Sam?

—Déjame sola, por favor— susurro, sin mirarlo.

— ¿Te brindas a él  por la noche y no quería hacer nada contigo? —Mientras le hablaba seguían forcejeando—El imbécil, estaba agotado por haber estado con otra, ¿Verdad?

Dejo de forcejear y lo miro.

—Sí, sí, sí. ¿Es lo que querías escuchar? Se acostaba con ella dos veces por día, pero a mí no me tocaba. Yo era la cocinera, la que limpiaba, la que ganaba el dinero, pero no...— cuando ya no pudo continuar, Tom la beso—Por favor, no, déjame ir, te lo suplico.

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