Capítulo Veintiocho

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Samantha tuvo su primera experiencia de Nueva York durante el fin de semana, durante esos días la cuidad se vaciaba de las personas élegamente vestidas y se llenaba de inconfundibles turistas.

— ¿A dónde se fueron todos? — pregunto Sam.

—A casas de campos y barrios en los alrededores de la ciudad— respondió Tom, conduciéndola al norte. Primero la llevo a una feria callejera, cerca de la primera avenida Samantha vio una mesa cubierta de joyas y adornos de los años treinta y cuarenta. Se enamoro de un prendedor con piedras de colores.

—Es de Trifari— le dijo la vendedora como si eso significara algo, pero ya había gastado demasiado el día anterior, así que lo dejo. Tom no titubeo en comprárselo, pero cuando se lo entrego, Samantha protesto diciendo que no debía haberlo hecho, que ya hizo demasiado por ella. Cuando la quiso convencer se negó a tomarlo.

—Me has comprado demasiadas cosas, no puedo aceptar mas— Tom se encogió de hombros.

—Está bien, quizás Vanessa, quiera tenerlo.

Lo miro fijamente y le arrebato el prendedor de la mano, apretándolo tan fuerte que se pincho. Sonriendo Tom le levanto la mano y le abrió los dedos y se lo prendió en la blusa. El prendedor no hacia juego con su ropa informal, pero eso no le importo. Se tomo alegremente del brazo que Tom le ofreció para caminar. Recorrieron juntos la Quinta Avenida, Tom la llevo a un parque donde había algunas  mujeres con cochecitos de bebes, obviamente las mujeres eran niñeras de las casas de los alrededores.

Cuando Samantha se detuvo frente a la cerca de hierro forjado miro el puente sobre el East River y las barcazas que navegaban por este. Tom se coloco detrás de ella y la tomo de la cintura. Como lo hacía siempre que su contacto era demasiado íntimo, ella comenzó a querer soltarse, pero él le dijo “No, por favor”, con una voz ronca y no pudo negarse. Permaneció donde estaba, permitiendo que la sostuviera con su cuerpo apoyado en el de ella y durante un momento disfruto de su cercanía y del olor de su perfume. Mientras él le señalaba cosas del otro lado del rio, se movieron juntos, él abrazándola, ella tomándole los antebrazos con las manos. Apoyo la cabeza sobre su hombro y sintió su tibieza, su vigor, advirtiendo lo segura que se sentía cuando él estaba cerca, como si nada ni nadie pudiera volver a herirla.

—Tom, gracias por el prendedor.

—De nada— le respondió en voz baja y suave y dejo un beso en su sien.

Samantha comenzó a decirle otra cosa, pero un niño de dos años se aproximaba con violencia hacia la cerca, corriendo con inestabilidad y sin mirar hacia donde iba. La niñera gritaba pero el niño no se detenía. Como si lo hubiera hecho miles de veces. Tom bajo la mano y le tomo la cabeza al niño, evitando que se golpeara contra la cerca. Seguro pero sorprendido, el niño miro a Tom y luego se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras Tom se arrodillaba delante de él.

—Ibas corriendo muy rápido, podrías haber hecho un agujero en la cerca. No podíamos dejar que eso pasara, ¿Verdad?

El niño asintió con la cabeza y luego sonrió, mientras su niñera con por lo menos treinta kilos de más, llego a recoger su carga.

—Muchas gracias— dijo y luego tomo al niño de la mano y se lo llevo. El pequeño miro sobre su hombro y saludo a Tom con la mano, quien le regreso el saludo.

Cuando Tom volvió a mirar a Samantha, extendió la mano, ella no dudo en entrelazar sus dedos con los de él, comenzaron a caminar.

— ¿Sabes que nunca le cambie el pañal a un niño? — le comento Samantha a Tom, pensando con que familiaridad había tratado, Tom al niño.

—No es una tarea altamente especializada — le respondió Tom y luego la miro— Te diré algo, iremos a visitar a mi familia y podrás cambiar todos los pañales que quieras. Apostaría a que toda mi familia te dejaría aprender con sus hijos. A la semana serias una experta.

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