Capítulo Siete

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Compensando que he tardado en subir les dejo el siguiente ;)!

HappyReadin'

El espejo que se encontraba en la pared tembló cuando Samantha cerró de un golpe, la puerta del departamento. ¿Quién se creía que era?, pensó. ¿Qué derecho tenia a darle un ultimátum? En el instante en que lo pensó, supo la respuesta, su padre le había dado derecho de decidir si ella había cumplido o no con los requerimientos del testamento, pero no de controlar cada minuto de su día, pensó de manera desafiante.

Abrió las puertas de su placard. La estatua de la libertad pensó disgustada, sabiendo lo mucho que odiaba cualquier cosa remotamente que se pudiera llamar atracción turística. Durante los cuatro años que vivió en Santa Fe nunca visito nada frecuentado por ómnibus cargados de gente según horarios establecidos por otros. Sonrió al ver el contenido de su guardarropa. Quizás podía obligarla a hacer lo que él deseaba, pero no podía obligarla a disfrutarlo. Quizás si se veía lo suficientemente desagradable la dejaría sola. Revolvió dos cajas, y encontró lo que buscaba.

Tom escribió la carta a Barret, llamo a un servicio de correo expreso y la envió, soltando un suspiro reprimido cuando la carta partió. Ahora dependía de Barret, pero Tom esperaba que les permitiera visitarlo, Tom suponía que el anciano estaría ansioso por ver a su nieta… por lo menos confiaba en eso. Pero ¿Quién podía asegurar lo que haría un hombre de noventa y un años?

Mientras observaba como se alejaba la camioneta, volvió a pensar en Samantha y sonrío. A pesar de todos sus enojos, de toda su hostilidad, estaba deseando pasar el día con ella. No era porque fuera la mujer más sexy que jamás hubiera conocido, o porque deseara acostarse con ella, tenía algo que lo intrigaba. Se preguntaba como seria cuando no estaba enojada o a la defensiva. De vez en cuando, se imaginaba como era la verdadera Samantha. Había visto a la verdadera Samantha el día que en la conoció y la noche anterior cuando ella bebió la copa de vino e hizo bromas. Esos raros instantes le aseguraban que había otra Samantha debajo de esa imagen que ella le presentaba al mundo, o quizás pensó con una sonrisa, le presentaba ese lado arisco solo a él.

En ese momento se interrogaba, ¿Qué hacía con una joven que parecía vestida para ir a la misma misa dominical? No podía llevarla a los lugares que le gustaba frecuentar, en su mayoría bares, ni tampoco creía que le gustaría conocer a Daphne y a sus amigas. Tomo el teléfono para llamar a su hermana Jeanne, mientras marcaba el número telefónico de sus padres en Colorado, pensó por qué demonios lo habían seguido hasta América, ya era un hombre hecho y derecho, y no tenían porque seguirlo cuidando como si fuera un bebe. Justo su madre contesto el teléfono y se olvido de  lo que estaba pensando.

—Mamá, ¿Esta Jeanne allí?

—No, Tom querido, no está— Simone Kaulitz conocía la voz de cada uno de  sus hijos y sabia cuando necesitaban algo—. ¿Puedo ayudarte?

Sintiéndose un poco absurdo por tener que hacer una pregunta tan personal a su madre, Tom rezó para que ella no comenzara con preguntas delicadas, pero necesitaba el consejo de una mujer.

—Conocí a una mujer… No espera un minuto, antes de que comiences a pensar en casamiento…

—Yo no mencione casamiento, Tom, tú lo hiciste, querido — le aclaro Simone dulcemente.

—Bueno, conocí a esta chica. En realidad, es la hija de un amigo y…

— ¿Es la joven que está viviendo contigo en tu casa?

Tom hizo una mueca. Su madre estaba en Colorado a más de dos mil millas, y sin embargo sabía lo que estaba haciendo en Nueva York.

—Ni siquiera quiero saber cómo sabes quién alquilo el departamento.

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