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r u b é n
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Toqué la puerta de la casa de Dani, un poco apurado porque me abran; acababa de llegar de sus vacaciones donde su abuelo, al norte de Noruega, así que moría por verla. Había sido el peor verano de mi vida, aburridísimo y solo. 

Por su viaje no había podido asistir a la escuela los primeros días, así que emocionado de por fin verla me levanté más temprano solo para que nos vayamos juntos caminando a clases.

—¡Rubén, vaya que alto estás! —exclamó Sissa, la mamá de Dani apenas me vio, me abrazó con fuerza.

Y es que tenía razón, en tres meses crecí casi once centímetros, aunque seguía delgado como palo.

—¡Rubén! —gritó Dani y corrió hasta mí. La levanté del suelo y la estrujé en mis brazos— ¡Te he extrañado un montón!

—Supongo... no dejaste de llamarme ningún día —reí, bueno, tampoco es como que yo no me llevaba el teléfono de la casa a la pieza para contestar por si sonaba.

—¿Pero cuánto has crecido? —preguntó cuando la bajé, ahora tenía que levantar aún más la cabeza para hacer contacto visual.

—Diez coma siete centímetros —respondí orgulloso—, tenemos casi quince años, ya era hora.

Ella seguía midiendo lo mismo, aunque ahora sus caderas se ensancharon y su cintura era más marcada. Su cara tenía unas cuantas pecas más y tenía tetas.

—¡Eh que te han crecido! —dije asombrado, me dio un ligero golpe en el pecho.

—¡No me veas los pechos! —carcajeé.

—Perdón... las hormonas —sonreí divertido—, pero basta con verte a la cara para bajarlas —enarcó la ceja.

—¿Me estás llamando fea? —reí aún más.

—No responderé —bufó y se cruzó de brazos para después bajar la colina.

Era la chica más linda, estaba por sobre cualquier otra, ya sea humana o animada. Me había pasado los dos meses sin ella pensando en su rostro.

En el camino saludé a un par de chicos que pasaban a nuestro lado en bicis.

—¿Desde cuándo eres amigo de Dag y su grupito? —preguntó curiosa.

—No te lo creerás pero esta primera semana hice un montón de amigos, salgo a patinar en skate con ellos después de clases.

—Me alegra saberlo —me sonrió, sabía que lo estaba.

—Sí y un montón de chicas me miran, Dani. Pensé que sería invisible para las mujeres toda mi vida pero no, solo me faltaba llegar a la pubertad —reí.

—¿Pensaste que eras invisible para mí?

—Oh vamos, contigo es distinto.

—¿Puedo saber por qué? —suspiré sin poder creerme que estuviésemos hablando de esto.

—Dani... admitámoslo ¿sí? —frunció el ceño sin entender— ¿Crees que alguna vez sentirías algo por mí?

Abrió los ojos sorprendida. Miró hacia el suelo, un poco incómoda. Finalmente no respondió, y aunque me dolió, preferí disimular.

—¿Ves? Ahora, retomando mi historia, incluso unas chicas del otro grado me echaron ojo, me siento cotizado —ella rió, intenté acompañarla pero solo pude fingir una risa.

Me había dolido tanto que ya ni quería reír.

En la escuela la acompañé a su salón y después me dirigí al mío, saludando de paso a algunas personas. De pronto ya no era el chico nuevo, el extranjero, el raro; ahora era Rubén, y aunque sonara bien, me asustaba un poco.

just kids; rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora