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Nos estábamos besando en su cuarto, en su cama. 

Sus dedos hacían caricias en mis muslos regordetes y cada tanto subían un poco más, yo pasaba delicadamente la uña por su pecho bajo su camiseta, se le escapaban pequeños gruñidos y a mí jadeos.

De pronto su mano estaba bajo mi falda escolar, en la parte alta de mi muslo, erizándome la piel. 

De golpe me separé cayendo al piso.

—¡Dani, ¿estás bien?! —me extendió la mano, pero preferí pararme por mí sola.

—Debo irme a casa, papá se enojará conmigo si llego tarde —intenté excusarme mientras buscaba mis zapatos.

—Son las cinco de la tarde Dani, solo dile que estás conmigo y no le importará la hora que llegues —rodé los ojos— ¿Por qué estás tan apurada? 

—Eso solo funciona con Rubén, Kol. Lo siento, nos vemos mañana —quería huir lo más rápido que podía así que olvidé los tenis y me colgué la mochila del hombro para salir corriendo de la casa sin siquiera despedirme de su mamá.

—¡Dani, tus zapatillas! —le oí gritar, pero no quería regresar, sería humillante.

Cuando ya estaba cansada de correr y segura de que Kol no me alcanzaría saqué mi nokia del bolsillo y presioné llamar.

—Te paso a buscar y vamos a cenar a mi casa, ¿vale? Llego en diez —dije apenas respondió y colgué apenas terminé.

Su casa quedaba a la mitad de su colina, que era más pequeña que la mía, agradecí que no tuviera que subir tanto porque mis pies me dolían y estaban congelados, era otoño y ya estaba helando.

—¿Qué coño? —preguntó adormilado al abrir su puerta— ¿Por qué no llevas zapatos? 

—Los perdí, supongo —frunció el ceño.

Su cabello estaba desordenado y su voz muy ronca, llevaba un jeans aún sin abotonar y las zapatillas sin anudar. 

—Lo siento, no sabía que estabas tomando siesta.

—Sí, Dani, una muy profunda —reclamó—. Te traeré los zapatos que dejaste de emergencia.

Ambos teníamos una muda de ropa en la casa del otro, al igual que otro par de calzado, ya que a veces improvisábamos y nos quedábamos a dormir sin habernos organizado, así que tener otra ropa era necesario.

Me pasó el otro par de tenis que tenía, se anudó las zapatillas, se subió el cierre y le gritó adiós a su mamá. Ya listos nos dirigimos a mi casa.

—Pensé que estarías en casa de Kol —comentó rompiendo el silencio de tres minutos que llevábamos.

—Hui —me miró sin entender— ¿Puedo contarte en casa? No tengo muchas ganas de hablar ahora —asintió preocupado—. Cuéntame algo tú, ¿por qué tienes tantas ojeras?

—Me he pasado la noche jugando con Mangel, en verdad llevo días así —acaricié su brazo pegándome a él.

Se había obsesionado con aquel chico de España que conoció por internet.

—Debes cuidarte un poco más... dormir más.

—Lo sé, pero es que Dani... estoy jodidamente harto de la escuela. Con Mangel queremos irnos a vivir juntos en cuanto podamos. Creo que estudiaré algo un poco distinto a lo tradicional, en España —lo dijo como si le fuera tan sencillo irse, me dolió un poco a decir verdad.

—Creo que te irá genial —me limité a decir.

—Si me fuera a España... ¿vendrías conmigo? —preguntó— Solo quiero saber que piensas, no es un compromiso tu respuesta.

just kids; rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora