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Japón, joder, que estábamos en Japón.

Acabábamos de llegar al hotel después de catorce horas de vuelo y dos escalas. Decir que estábamos agotados era poco, sobretodo para mí que solo había viajado en avión una hora; desde Bergen hasta Bodø, la ciudad de mi abuelo.

—Son dos habitaciones, la veintidós y la cincuenta y cuatro —dijo la recepcionista en un inglés un poco extraño. No creo que estuviera acostumbrada a usarlo.

—Suenan un poco lejos de la una y la otra —suspiró Rubén.

—¿No dormiremos en el mismo cuarto? —pregunté adormilada— No me gusta la idea.

Habíamos llegado de noche y a pesar de que solo quería una cama para dormir, sabía que no lograría conciliar el sueño con él lejos.

—¿Tiene otra opción? —preguntó.

—Lo siento, la única otra opción que le tengo es una habitación matrimonial, la treinta y siete.

—Esa estaría genial —me apresuré en decir.

Después de que Rubén hiciera un poco de papeleo tomó las dos maletas, mi mano y prácticamente me arrastró hasta el cuarto.

Abrió la puerta mostrándonos la habitación. Era simple, pero muy bonita. Los muebles de bambú eran claros y se veían firmes, la puerta del baño era de ese papel como cartón que siempre se veía en las películas y la cama se veía tan cómoda que apenas la vi me lancé a ella.

Cerré los ojos haciéndome bolita en el colchón que era tan suave como una nube mientras oía a Rubén remover cosas y abrir las maletas.

—¿Y tu pijama?

Respondí con un sonido inentendible, no tenía fuerzas para hablar.

—Vamos... no puedes dormir con jeans, dime —suplicó cansado.

—¿Puedes ponérmelo tú... por favor? —pregunté contra la almohada, le oí maldecir, aunque no estaba enfadado.

Me agarró de la cintura sentándome al borde de la cama y levantó mis brazos.

—Te quitaré tu blusa, ¿sí? —asentí.

En un parpadeo la blusa ya no me cubría y Rubén miraba el piso para no verme en sostén. Intentó ponerme mi camiseta de dormir, sin éxito, ya que era un poco ajustada.

—¿Qué cojones, cómo te pones esto? —exclamó molesto y tiró la camiseta al piso, tallándome los ojos con cansancio le vi ir hasta su maleta y sacar una de las suyas, que era como diez tallas más grande que la mía.

En un abrir y cerrar de ojos ya la tenía puesta, se deslizó nada más. Olía a él. Con movimientos torpes intentó llegar hasta el broche de mi sostén para quitarlo.

No podía dejar de reír por cuánto le costaba.

—No te rías, en general las chicas se lo quitan solas —masculló, aunque con una pequeña risita al final.

Luego de unos seis intentos logró sacármelo.

—Bien, ahora los jeans, recuéstate.

Con un empujoncito quedé acostada en el colchón con las piernas estiradas. No le fue tan difícil quitarme el pantalón, lo cual agradecí porque aunque no pudiera parar de reírme, quería dormir.

Me quitó los zapatos y me vistió con mi buzo de pijama, quitándome los calcetines antes de acomodarme bien en la cama.

Él sabía que odiaba dormir con calcetines.

Me cubrió con el cobertor asegurándome de que me viera cómoda y se dirigió al baño.

Unos minutos después salió y se acurrucó contra mí pasando su brazo por mi cintura. No tardamos en quedarnos dormidos.


Desayunamos unos panqueques bastante gruesos y esponjosos, y decidimos con Rubén que como era nuestro primer día vayamos al centro y fuéramos a ver algunos pocos templos que estaban en los parques, después de almorzar iríamos a las tiendas de anime que él tanto quería ver.

No dejaba de asombrarme con todo. Me sentía en otro planeta. Rubén también estaba impactadísimo. Lo mejor del viaje en metro y caminar hasta el parque fue ver como los japoneses lo veían con confusión por su vestimenta. Yo pasaba desapercibida por mi ropa, pero Rubén llevaba puesto unos jeans muy sueltos que le llegaban hasta arriba de los tobillos, calcetines arrugados y unos tenis gigantescos comparados con sus piernas de pollo.

—Me siento famoso, todos me miran —decía cada tanto, yo no podía parar de reírme.

Caminamos a las orillas de un río mientras Rubén hablaba de lo mucho que quería encontrar a su waifu, sea lo que sea que era.

—¡Mira, un templo! —grité emocionada, por fin lo encontrábamos. Este parque era gigantesco y Rubén se negó a coger un mapa de él porque, y cito, "será mucho más divertido, una aventura".

No sabía cómo se llamaba pero la vista que estaba teniendo en ese momento me dejó plasmada.

El río, un puente, los árboles, el templo detrás. Era precioso.

—¡Rubén, ponte ahí! —exclamé sacando mi cámara, le apunté con ella una vez que estaba situado donde le señalé— ¡Sonríe!

—¡El sol me llega a los putos ojos! —gritó.

—¡Qué sonrías dije! —le grité de vuelta.

Una señora apareció mientras yo le tomaba fotos a Rubén y en japonés me preguntó algo que no entendí en lo absoluto, recién cuando hizo señas de que quería tomarnos una foto entendí.

Le pasé la cámara y fui donde Rubén, que de inmediato abrió sus brazos y me encerró en ellos.

Ahora sonreía sin quejarse.

La señora no dejaba de gritarnos algo, creo que decía que nos veíamos bien o algo así, nosotros no podíamos parar de reír ante como nos gritaba.

Después de esa pequeña pausa, visitamos el templo y el resto del parque y fuimos a comer a un restaurante de ramen cerca.

Saqué la cámara mientras esperábamos que nos trajeran la orden y miré las fotos que tomé durante el día. Tenía a Rubén en el metro, Rubén en la calle, Rubén apuntando cosas extrañas para que le tomara foto.

La mayoría en la galería eran fotos de Rubén más que los paisajes. Qué extraño, juré haber tomado muchas más de los lugares que visitamos.

Definitivamente mis favoritas fueron las que tomó la señora en el parque, donde ambos estábamos riendo. Había solo una donde ambos mirábamos la cámara. En las otras, solo yo. Rubén me miraba a mí.

Le miré de reojo, él estaba fascinado viendo la decoración del pequeño restaurante en el que estábamos.

—Estoy enamorado de las japonesas —dijo mientras miraba a las camareras, rodé los ojos— ¿Qué? ¿No te gustaron los japoneses? ¿Prefieres los escandinavos? 

Me encogí de hombros.

—No lo sé, no tengo un tipo, no categorizo —ahora era él quien rodaba los ojos, reí.

No tenía un tipo, no era necesario, solo me gustaba él, aunque jamás se lo diría, jamás lo demostraría, e incluso cuando lo intenté, él nunca se dio cuenta. 

Éramos dos amigos en Japón y eso era suficiente para mí.

just kids; rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora