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Apenas la alarma sonó me paré de la cama emocionada, hoy era el último día de clases y la próxima semana sería la graduación.

—¡Rubén, despierta! —le grité zarandeándolo.

Gruñó molesto, él había celebrado casi todo el Russ, que es una fiesta de un mes noruega para celebrar el último año. Yo había ido a un par, pero no era como Rubén que quería cumplir muchos de los retos que conlleva la fiesta, tales como pasar una noche en un árbol, beber una botella de vino en veinte minutos, tener sexo en el bosque, tener sexo con diecisiete personas diferentes desde el primero de mayo al diecisiete, correr desnudo desde la escuela al centro etc...

Él cumplió un par de ellos, y había aparecido en mi cuarto en mitad de la noche ebrio pidiéndome dormir conmigo porque sino su mamá lo mataría. 

Ya era como la novena vez en el mes, pero tampoco me molestaba mucho que digamos, era calientito para abrazar al dormir.

—No quiero ir a clases... —murmuró adormilado escondiéndose bajo el edredón.

—¡Vamos, es nuestro último día, despierta! —empecé a saltar alrededor de él hasta que por fin despertó del todo. 

Se paró de la cama sujetándose la cabeza, seguro tenía tremenda resaca.

—Te odio, chupapijas —bramó dirigiéndose a mi baño. 

—¡Chupo todas menos la tuya! —grité de vuelta riendo, estaba más que feliz.

Una vez que estuvimos duchados y vestidos bajamos a desayunar.

—¡Felicidades, su último día! —canturreó mamá al vernos y nos apuntó con la cámara que sostenía— ¡Sonrían!

Rubén se veía más que destruido por su fiesta, pero sonrió de todas formas. Nos abrazamos y posamos para la foto.

—¡Pero si son tan lindos! —exclamó mamá mirando la fotografía.

—¿Tú de nuevo? —preguntó molesto papá entrando a la cocina y besó mi frente para felicitarme.

—Ay, Aleksi, déjalo —le regañó mamá mientras Rubén le sonreía como si hubiera ganado.

—Parece que soy el único que le preocupa que entre cuando y como quiere —todos le dimos la razón.

Nos sentamos a desayunar cuando mamá volvió a hablar.

—Ah Rubén, tu mamá me contó, felicitaciones por lo de España, estoy muy orgullosa de ti —lo miré boquiabierta, él tenía los ojos abiertos como platos—. No debió ser sencillo decidir irte tan lejos, ¿no?

—¿Irte? —repetí incrédula, él se rascó la nuca tenso.

—Hay un malentendido, ¿sí, Dani? 

—¿No te contó? —me preguntó mamá.

—Sissa, claro que no le contó, mírala —le respondió papá.

Me paré de mi silla enfadada, fue tan brusco que rechinó como nunca contra el suelo.

—¿Cómo no pudiste contármelo? Pensé que éramos amigos.

—Dani... te lo conté el año pasado —bufé.

—Sí, y nunca más tocaste el tema, ¡pensé que lo habías olvidado! —agarré mi mochila y me dispuse a salir de la casa. 

Di unos pasos afuera con Rubén gritándome detrás.

—¡Dani vamos, detente! —y lo hice, me detuve de golpe y le di una mirada afilada.