00:41

2.5K 240 105
                                    

d a n i
[2 0 2 1]

—¿Dani? —oí su voz, sobresaltándome.

Le miré impresionada. De todas las personas que pudiera volver a ver, la que menos creí que me encontraría sería a él. No después de que pasara años negándose a regresar a Noruega.

—Sí, así es.

Mi voz tenía un dije de felicidad especial que hacia ya tiempo no percibía, y aunque quería lanzarme a sus brazos, me quedé quieta a una distancia apropiada.

Ninguno decía nada, él se veía más que abrumado, movía la boca como si quisiera decir algo pero no sabía cómo empezar o qué decir. Fui yo la que cortó el silencio:

—Estaba pensando en si bajar —señalé la playa, donde se lograba ver a muchas personas moviéndose de lado a lado alumbradas por una fogata—. Creo que prefiero irme a casa —titubeé.

—No, no, yo ya me iba, puedes ir —musitó quitándose la gorra y pasándose la mano por el cabello despeinado—. Estoy seguro de haber visto a Baard por ahí.

Baard fue un compañero de instituto con el que de vez en cuando hablaba, pero no era realmente mi amigo, igual que todos los demás que estaban allí abajo. No valía la pena pasar por esa multitud solo para saludarle.

—Honestamente la única amiga que me queda del instituto es Heda y hace tiempo que no he mantenido una conversación de más de cinco minutos con ella —admití jugando con mis dedos nerviosa.

—¿Y? La mayoría ahí abajo quiere verte, a todos les caías bien —frunció los labios—. Preguntaron por ti.

—Sí bueno, caerle bien a la gente no significa que seas importante para ellos —dije encogiéndome de hombros—. Iré a casa.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó antes de que yo se lo pidiera.

Sin estar muy segura de qué expresión poner, asentí. Esperé hasta que estuvo a mi lado para empezar a caminar. Estábamos escondidos en un silencio que era difícil de ignorar. Se sentía tan extraño y a la vez tan común. Como si hubiésemos estado en esta misma situación cientos de veces.

—No creí que estarías en Noruega —comenté intentando hacer el ambiente un poco más ligero.

—Ni yo que tú también.

—Vaya curiosidad —mascullé, más para mí que para él.

Cada tanto rozábamos nuestros brazos, pero era el único toque que nos permitíamos. Le miré, la luna alumbraba lo suficiente para darle un par de reflejos y la luz de la calle me permitía ver ciertos detalles con más atención. Su cabello estaba largo, despeinado y ordenado a la vez. Un par de pelos se asomaban por su barbilla y por primera vez, sus ojeras no le quitaban el protagonismo a sus ojos miel.

De pronto me miró dándome la atención que yo le estaba dando. Sonrió sin mostrar los dientes.

—Estás muy linda —dijo.

Sintiéndome observada clavé los ojos en el suelo, sin saber muy bien qué responder.

—Lo siento, no quería incomodarte —dejó salir un largo suspiro.

—Sí, lo sé.

Lo sabía muy bien. Ya no podíamos solo ir y decirnos lo que estaba rondando por nuestra mente, ya no nos conocíamos tan bien como para hacerlo.

—Es solo que la última vez que nos vimos... —se mordió el labio, estaba nervioso— no sé, han pasado meses y sigo sin procesarlo bien, sabes. Siento que todo siempre ha sido simple contigo, y ahora todo se ha vuelto tan complicado —se pasó la mano por la barbilla abrumado—. Es como si todo estuviera anudado y bueno, tú sabes cómo soy con los nudos.

just kids; rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora