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r u b é n
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Llevaba tres meses en terapia ya, ahora eran dos horas a la semana pero aún me faltaba un largo camino por recorrer. Rodrigo insistía con que las personas son responsables de sus acciones, que ellos eligen qué hacer y qué no, pero yo aún me negaba a creerlo.

Me repetía que Dani podía irse o podía quedarse, que ella eligió, pero bien sabía yo que era mi culpa, que yo le di el único motivo que necesitaba para largarse.

También sabía que la había atado a mí y que ninguno se dio cuenta cuándo pasó. Rodrigo dijo que fuimos tóxicos pero me negaba a creer que ella lo fue conmigo. Él no la conocía, solo sabía de ella lo que yo le decía. Me molestaba que tuviera esta impresión tan negativa de Dani, porque eso significaba que era yo el que la estaba describiendo mal.

Hace unas semanas me tomé un descanso  de youtube. No dije cuando volvería porque ni yo lo sabía, también me distancié más de las redes sociales. Estaba intentando hacer las paces conmigo mismo. Quería volver a disfrutar de los videojuegos y compartirlo para que otros se diviertan, no obligarme a pasarla bien frente a una cámara pensando en qué dirán.

Aún no había podido contactarme con Dani, esperaba que viera mis vídeos por lo menos, a veces pensaba en dejarle algún mensaje en ellos, pero no me atrevía.

No me sentía capaz, porque incluso lejos, ella seguía ayudándome y yo no le di más que problemas; porque cada vez que quería rendirme, que quería dejar la terapia o los medicamentos, o me tomaba un poco más a pecho las críticas, sentía lo orgullosa que estaría de mí, porque lo que más me pedía cuando estuvo aquí era que buscara ayuda.

Y lo estaba haciendo, no podía rendirme ahora, ¿qué pasaría si mañana nos reencontramos y yo siguiera en el hoyo en el que me vio la última vez? Ella se merecía mi mejor yo después de haber recibido el peor, me estaba esforzando por serlo.

—Rodrigo, sí fue mi culpa —me aferré al cojín del diván.

—Los humanos tenemos libre albedrío, Rubén —respondió en un tono compresivo.

—Sí, y paciencia también. Las personas se van por un motivo.

—Tienes toda la razón, pero éste no va directamente contigo —bufé—; Dani esperaba algo que no podías darle —determinó con seguridad, fruncí el ceño—, no creo que ella te quisiera como amigo.

Moví la cabeza de lado a lado efusivamente, sabía que eso no era cierto, aunque oírlo no sentaba mal.

—¿Estás seguro? ¿Alguna vez le preguntaste? —le miré incrédulo, como si no creyera que estuviéramos hablando de esto.

—Sí, cuando éramos más pequeños —con un ademán me animó a contarle—. No nos habíamos visto en todo el verano porque fue a visitar a su abuelo, cuando regresó le conté que muchas chicas me habían puesto el ojo y que jamás pensé que lo harían —anotó algo en su cuaderno, lo cual me alteró un poco—, me preguntó si yo pensaba lo mismo de ella, así que yo le cuestioné si alguna vez sentiría algo por mí —enarcó la ceja con interés.

—¿Y qué te respondió?

—Nada, así que preferí cambiar el tema —me encogí de hombros, aunque a decir verdad me estaba doliendo recordar como me sentí ese día.

—¿Le diste el tiempo para responder? ¿O evadiste su respuesta por miedo a ella?

—Sí, si le di suficiente —refunfuñé, él siguió anotando en su libreta.

Sesión tras sesión él insistía con recordar mi infancia con ella. Descubrir qué era lo que tanto me ataba a su recuerdo que de alguna forma me impedía avanzar.

just kids; rdgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora