8. Edmond Bartis.

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8. Edmond Bartis.


ALONSO.

—¡Espabila que estás lerdo! —Brad truena los dedos delante de mí—. Repite las instrucciones.

—No puedo salirme del guion y debo estar atento a todo lo que pueda hacer a Bartis confesar —farfullo.

—Perfecto —Astrid se muestra conforme. Quieren mantener mi lengua amaestrada.

Debido al lugar a donde vamos tuve que cambiarme. Me enredo con el nudo de una corbata cara, Astrid lo nota y me explica cómo hacerlo. Hago una mueca al sentir sus dedos. No siento los adictivos escalofríos que me invaden cuando cierta cascarrabias lo hace.

—Parezco James Bond —hago poses de agente secreto.

Astrid ríe y Brad pone gesto de exasperación.

La reunión es en el restaurante de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Lo que jamás me esperaba es que este sea el mismo lugar en donde tocaré este sábado. Imaginarme en el salón principal, haciendo lo que en verdad me gusta, solo hace que aumente mi adrenalina. Le saco una foto al vestíbulo para luego enviársela a mis compañeros de banda.

Volvemos a repasar nuestros papeles y subimos unas escaleras hasta un reservado. Fácilmente pudieron traer a otro, a Gregory, por ejemplo. Pero Brad, a pesar de que sabe lo sucedido con Wallace, me eligió a mí y eso me da motivos para esforzarme. Un tipo enorme nos deja pasar y se queda en una esquina en silencio, mirándonos atentamente. En la mesa está un hombre de unos cuarenta y tantos, barrigón y más concentrado en encender un puro que en nuestra llegada. Brad no está para rodeos, por lo que rechaza toda oferta de comida y bebida y pasa a lo que nos interesa.

—Llamó para hacer un trato y aquí estamos.

Bartis nos estudia detenidamente a cada uno.

—Directo al grano. Me gusta —da una calada profunda al puro—. No quiero que vuelvan a molestar a Chelsea —la sonrisa se borra de su rostro—. Sería muy fácil ir ahora y adelantar el compromiso para apelar por la confidencialidad marital, pero no quiero arruinar su boda de ensueño por esta estupidez.

Alzo las cejas por su tono áspero. Habla como un hombre profundamente ofendido porque hayamos involucrado a su prometida. Un hombre enamorado.

—¿Y cuál es la parte que nos beneficia a nosotros? —inquiere Brad.

—Ahorrarles trabajo. No hice nada de lo que se me acusa —asegura con convicción.

Brad extiende la mano en mi dirección y yo le entrego un folder. Una lista de cuentas bancarias con sus respectivos movimientos.

—Tenemos una investigación independiente y se encontró lo mismo. Conexiones muy interesantes. Nosotros pondremos el trato en la mesa —Brad quiere negociar—. Confiese ahora, la pena será una multa y dos años de cárcel. Si no acepta, no le garantizamos que sean menos de diez. Adiós boda y la próxima vez que verá a sus hijos será en una sala de visitas en la prisión.

—No hay forma que admita algo que no hice —ríe de buen humor.

—Sabemos que tiene dinero pero no lo suficiente como para justificar estos gastos —Astrid coloca varios expedientes en la mesa—. Compró varias propiedades en Suramérica y no las presentó en su patrimonio. ¿También nos dirá que no estuvo en estos lugares? las Bahamas, Margarita, Pekín, París y, oh, una semana en Milán ¿por qué no le avisó a Madam Azzarelli que estaría allí?

Bartis no se inmuta.

—Hice el viaje para asesorarme del funcionamiento de los hoteles de mi tío. Heredé parte de la cadena —Con el puro en la boca, de un maletín saca un sobre. En la mesa coloca una copia de papeles firmados por un notario. Detalles de su herencia—. Cada quien lleva el luto de forma diferente. No tengo por qué darles más detalles de mis asuntos familiares

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora