46. Problema prelibato o proibito

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46. Problema prelibato o proibito

REGINA.

Repiqueteo mis uñas en la mesa de acero y me acomodo de mejor manera por quinta vez en la silla. ¿Por qué tardan tanto? Afuera de la habitación de visitas, escucho pasos. La puerta se abre y una mujer policía empuja a Morris dentro. Tiene puesto un horroroso uniforme, la cabeza gacha, la piel grasosa y el cabello echo un desastre.

Me mareo al pensar fugazmente que yo podría estar en su lugar.

«¡¿Tan mal sienta la prisión?!».

—Quince minutos —anuncia la mujer antes de irse.

—Siéntate, Susan —pido.

Levanta perezosamente la mirada. Sus ojos, limitados por cejas descuidadas, se abren con exageración.

—¿Viniste a hacer un tour a tu futura residencia? —escupe con odio.

«Contrólate».

—Siéntate —repito, impaciente—. Nuestro tiempo juntas es limitado.

Se da la vuelta y azota la puerta.

—¡Sáquenme de aquí! ¡Esta mujer es una loca!

Cierro los ojos y suspiro profundamente.

—Estoy por arrepentirme de haberte traído este obsequio —miro la muñeca de trapo—. Aria no aprobaría esos modales con las visitas.

Se petrifica. Otra mujer policía abre la puerta.

—¿Algún problema? —me mira.

—No sé, oficial —me encojo de hombros y sonrío—. Susan, tú dile.

—Todo bien —murmura Morris, nerviosa.

Le hago un gesto a la mujer para que se vaya. Asiente y cierra la puerta. Aclaro mi garganta. Morris arrastra los pies y se sienta frente a mí. Las esposas bailan en sus muñecas huesudas.

—¿Por qué conoces el nombre Aria?

—Primero, mira tu regalo, es bonita —deslizo la muñeca hacia ella y la arroja al suelo. Finjo decepción—. Qué pena que no te gustara.

De mi bolso saco un sobre con unas fotografías. Screen de una grabación de seguridad que encontró Sachz. Se observa una mujer de edad avanzada postrada en una cama de hospital.

Moris deja correr lágrimas por sus mejillas.

—Por favor. ¡Mi madre no tiene nada que ver en esto! —se desespera.

—Resulta que sí. Emmett O'Conner te pagó una suma considerable por tu lealtad, usaste ese dinero para ingresarla al centro médico.

Su rostro es viva imagen de la sorpresa. O no tiene idea... o sabe fingir de maravilla.

—No sé de quién me habla —su voz tiembla.

—Tu jefe.

—Ya dije que me contactaron por llamadas encriptadas —gimotea—. Todo lo que hicimos fue anónimo. No sé con quién estuve tratando.

—Te creo. No estoy aquí por esa razón. Ya me estoy ocupando de cazar a tu jefe —musito, cómplice—. Desarrollabas una investigación sustanciosa. Dime a detalle qué descubriste sobre mí.

Mira hacia otra parte.

»¿Qué sabes sobre mí, Susan? —insisto.

Abre y cierra los dedos entorno al borde de la mesa y clava la vista en sus esposas. Se debate internamente, acabando con mi paciencia.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora