19. Macallan per gli incubi.

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19. Macallan per gli incubi.

REGINA.

Soy la más llamativa, la única que toda prenda le queda bien, los clientes aclaman mi nombre, soy la mejor en el escenario y lo demuestro bailando hasta que los tacones me provocan dolor... Otra propuesta codiciosa... No me importa cuánto hayan pagado, no quiero ir, no con ellos. Paredes rojas. Sábanas rojas. Esposas de cuero. No puedo moverme. Olor a tabaco. Música a máximo volumen. Risas... y no puedo moverme.

Lucho en vano.

No puedo liberarme.

Umbra...

Me despierto, incorporándome sobresaltada.

«No. No. No. No».

Sujeto mi cabeza entre las manos mientras trato de controlar el latido desbocado de mi corazón. La sensación de asfixia es horrible. Jadeo en busca de aire, estoy bañada en sudor y el borde de los ojos me arde, mas no me permito llorar. Masajeo mis sienes y paseo la mirada por la habitación. Mi cama tiene dosel, las paredes son color crema y el estilo lujoso de la decoración es Luis XV.

No es mi camarote.

«Tranquilízate. Estás en América, en una suite de hotel. Sólo fue una pesadilla por no dormir con el volpe».

Es extraño.

No suelo tenerlas tan seguido. Sufrir una a la semana es mucho. Las escenas fueron muy vagas. Froto mis manos varias veces para que dejen de temblar. No vuelvo a dormir fuera del yate sin mi volpe.

Necesito calmarme.

Alcanzo mi bolso sobre la mesa de noche y consigo el antídoto para esta clase de emergencias. «Macallan». Quito la tapa y cierro los ojos mientras bebo directo de la pequeña botella. El fuego quema mi garganta, arrastrando consigo toda la ansiedad y el desasosiego que sentía unos momentos antes.

Es la forma más eficiente para calmar mis nervios. Pasé años bebiendo de forma compulsiva mas no soy adicta. Estoy muy orgullosa del dominio que he desarrollado con respecto a la bebida, pero en momentos como este, es lo único que puede tranquilizar a mi desperdigada mente.

Odio con todas mis fuerzas sentirme así.

«La debilidad es un síntoma de incompetencia en la carrera de la vida».

Van a dar las cuatro de la madrugada. Sé que no podré volver a conciliar el sueño, así que, como siempre, sigo la rutina que he repetido desde que tengo memoria tras despertarme de madrugada, esté donde esté, siempre es igual: voy al baño para lavarme el rostro con agua fría, me cepillo los dientes, regreso a la cama, en mi bolso busco mi IPad y finjo que no ha pasado nada. Que todo está normal y me concentro únicamente en mi trabajo.

Mi refugio.

Revisando mi bandeja de entrada, me encuentro con un correo de la organizadora que está a cargo de la fiesta de otoño de Azzagor Enterprises. No escatimo en gastos. Espero el día con ansias no por lo que todos creen, para mí es más que la típica festividad, es mi forma de honrar su memoria.

Una vez envío mis elecciones con un par de dudas con respecto a la mantelería y el menú, me sorprende ver que tengo un correo de mi asesor con carácter de urgencia. Lo abro y mis ojos casi se salen de órbita. El hormigueo se expande por mis palmas. No me sorprende que esté en línea, por lo que no dudo en hacer una videollamada.

—¡¿Qué demonios significa esa estadística?! —espeto.

Exasperándome más, Roche tarda en responder... detallándome. Por un mero segundo me fijo en mi imagen en el inferior de la pantalla. Tengo la nariz enrojecida. «Patética». Él, contrariamente, luce muy despierto aun con el pijama puesto. Por el fondo deduzco que está en su estudio y yo sigo en la cama vestida con una bata de seda negra.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora