41. Scandalo.

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41.Scandalo.

REGINA.

Despierto y lo primero que detecto es un dolor de cabeza que va en aumento, también me duelen los hombros y el estómago. Todo. Con esfuerzo termino de abrir los ojos. Trago saliva y mi garganta seca protesta. Intentando llevar las manos a mi cara, me doy cuenta que tengo un catéter en el brazo y una horrenda bata.

Che diavolo?

Cierro y abro los ojos sintiendo un picor. Los recuerdos me invaden provocando que me incorpore abruptamente. Esbozo una mueca al sentir un mareo. Estoy rodeada por el color blanco. No hay rastros de mis teléfonos o mi bolso. Miro la hora en el reloj de la pared blanca.

«2:20 P.M.»

«¿Qué hago aquí?».

Me arranco la aguja en mi brazo, tengo el cuerpo entumecido y es por culpa de no sé qué mierda me estén suministrando. Bajo de la cama y me arrepiento de inmediato en cuanto mis pies tocan el frío suelo. Muerdo mi labio inferior para suprimir un gemido de dolor. Mis movimientos están ralentizados por la sensación de pesadez. Doy la orden a mis articulaciones de moverse. No llego lejos, pues la puerta se abre y entra Enrique seguido por dos enfermeras que intentan detenerme.

—Señorita Azzarelli, por favor, vuelva a la cama. Manténgase...

¡Necesito ir al baño! —grito en italiano. Siento mi vejiga a punto de estallar.

Se miran entre ellas, mientras una intenta limpiar el torrente de sangre que corre por mi brazo y la otra hacerme retroceder. Me lastimé con la aguja. Me quedo viendo el color rojo tan bonito por unos segundos. Bufo, ignorando el horrible escozor. Le quito la toalla y lo hago por mi cuenta, volviendo a tratar de caminar derecha. Enrique les traduce y se coloca junto a mí.

—Yo la ayudo, madam —se ofrece y lo repelo, importándome poco su desconcierto.

Una enfermera me ayuda hasta al cuarto de baño. Enciende la luz y mis ojos pican al instante. Parpadeo. La mujer sale para darme privacidad una vez me siento en el váter. Al terminar, me levanto con esfuerzo para lavarme las manos.

Me petrifico.

Lo que veo en el espejo me deja una sensación repulsiva en el cuerpo. Bajo un poco la bata y me arrepiento. Mi tono de piel es en extremo blanco pálido, siempre lo amé porque combina con todo... pero existen excepciones, y hoy es la segunda vez en mi vida que lo odio: en mi cuello, hombros, clavícula, brazos y quien sabe en donde más, porque no me atrevo a seguir revisando, hay cardenales. Clara evidencia de que no viví ninguna pesadilla en mi mente.

Abro la boca, buscando aire.

Fue... real.

—¿Madam? —la voz de Enrique evita que me lance de cabeza al pozo oscuro.

Humedezco mi rostro con agua fría y salgo.

—¿Qué pasó con O'Conner? —inquiero, serena.

—No es recomendable que se altere...

—Responde —exijo.

—Primero que revisen su presión arterial.

De vuelta en la cama, las enfermeras se hacen conmigo. Se limitan a decirme lo necesario entendiendo que no estoy de humor para nada ni nadie. Enrique no se va de la habitación hasta que entra una mujer que se presenta como la doctora que me atendió cuando llegué anoche. Debido a que no me encontraron en condiciones favorables, me trajeron principalmente para confirmar si el maldito me violó o no.

—¿Cómo se siente? —me pregunta.

—Esto me tiene idiotizada. —Levanto el brazo mostrando el catéter—, del resto, como si nunca hubiese dormido mejor —río con amargura.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora