32. Astinenza.

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32. Astinenza.


REGINA.

Medio despierto sin poder abrir los ojos. La bruma me tiene atrapada y mi cuerpo sigue sintiéndose pesado. Escucho con dificultad movimiento a mi alrededor. Son murmullos. Mi audición va retornando progresivamente.

—Su presión arterial está en el rango —informa la voz de una mujer—. Solo debe descansar.

—Agradecemos la atención pero nos la llevamos —dice un tipo con rudeza.

—El médico nos está esperando —habla otra voz grave.

—Bien. No me quedaré quieto hasta que la revisen.

Abro los ojos de golpe cuando siento que mi cuerpo se eleva y me llevan en brazos. En mi campo de visión aparece Rivers.

—¡No! —Pataleo—. ¡Bájiame!

—Te desmayaste

—¡Puesdo caminia! —Tengo la lengua adormecida—. ¡No estoy lijiada, madición! ¡Bá.jia.me!

No sé qué es peor: la ansiedad por estar presa entre unos brazos o la rara sensación de desconexión. Me remuevo lo suficiente como para zafarme y un mareo hace que me sujete a él por un momento.

Seguimos en el apartamento de Roche. La mujer que supongo me atendió es la enfermera que estaba con la mocosa. Intenta decirle algo a Enrique pero no me entero de nada. Por intervalos escucho como si estuviera sumergida en agua.

Rivers prácticamente me arrastra a la puerta. Anclo los tacones al piso. Pongo todo de mí para enderezar mi postura y hablar sin mezclar las palabras. No demostraré debilidad. La lengua aún me hormiguea. Miro a Roche, según yo, con mi porte altivo.

—T-tú y yio no hemosh teminao —los señalo antes de salir.

—No te preocupes. Estaré esperando tu llamada —coloca las manos tras de sí—. No te sobre esfuerces, por favor.

Afuera suelto el aire y mis piernas fallan. ¿Qué demonios me pasa? Me siento muy cansada. Una fatiga terrible que desconozco.

—Insisto en que no debería caminar y menos con esos zapatos —Enrique mira con desaprobación cómo evito apoyarme en Rivers.

No sucumbiré. No en público. No soy frágil.

Sáquenme de aquí sin llamar la atención —ordeno en italiano. El inglés me enreda más la lengua.

La cabeza me da vueltas. Mi concentración raya en no desfallecer mientras salimos del edificio. Hago todo en automático como si me viera desde el exterior. En tercera persona. Enrique declina de ir en la Range Rover dándoles instrucciones a sus subordinados y sube como piloto del Phantom. Rivers se va conmigo en la parte trasera. Nos movemos a máxima velocidad.

No te duermas —pide Rivers,  vigilando mis signos vitales en una extraña pantallita.

¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —musito masajeando mi nuca.

No pasó de un minuto.

No fue nada. Estoy bien. El no desayunar causó el desmayo —me quito su mano de encima y el aparato en mi brazo.

Las náuseas vuelven en cuanto trato de sentarme derecha.

Un desmayo así no es normal, Madam —Enrique nos mira por el espejo retrovisor.

Estoy bien —repito.

El mal sabor no abandona mi boca. Solo estoy mareada. Se me pasará. Lo sé. Pido que me lleven al hotel y me ignoran. Mis órdenes se las pasan por donde no les da el sol y me llevan al centro médico privado más cercano.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora