34. Talón de Aquiles.

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34. Talón de Aquiles.

ALONSO

Urgencias está atestada de personas, siendo la mayoría de edad avanzada. Entre el ir y venir de los enfermeros que entorpece mi camino, logro divisar a Nathaniel abrazando a una temblorosa Natasha en una zona llena de camillas separadas por cortinas azules. Siento mi sangre helarse cuando veo a Níkolas tendido en una de las camillas con una aguja en su pequeño bracito, suministrándole algún medicamento de una bolsa.

«Niko».

—¿Cuál es el diagnóstico? —me apresuro a preguntar.

—Apendicitis —murmura Nathaniel viendo a Niko—. Lo medicaron para aliviar el dolor. Requiere operación inmediata y no lo van a ingresar hasta que obtengan respuesta de tu seguro. El de Nat no cubre el gasto.

—Alonso, si no lo intervienen en la hora siguiente... —la voz de Natasha se quiebra y aprieta la mano de su hijo—, podría convertirse en peritonitis.

Mi hermana respira arrítmicamente, conteniéndose de sucumbir en la desesperación. Nathaniel permanece impasible para mostrarse fuerte y ser de apoyo, pero sé que está igual o más afectado que yo. No hay nada peor que el miedo reflejado en los ojos de alguien a quien amas y que no puedas hacer algo para cambiarlo.

Paso una mano por mi cabello sintiendo que el mundo se me viene encima.

—¿Y Derek?

Nuestro hermano mayor es el más adinerado de la familia.

—Hace quince minutos dijo que "tal vez" podría conseguir una ayuda —Nathaniel responde con molestia.

Y a mí ese tal vez me hierve la sangre. ¡Es su sobrino!

—¿Adónde vas? —Escucho la voz de mi hermano a mis espaldas cuando salgo de la sala casi corriendo—. Alonso, detente.

Se adelanta e intenta sujetarme al ver que miro hacia los lados como un loco sin detenerme. Necesito encontrar una solución ya. La que sea. No importa lo que me pase después, no voy a perderlo.

—No me quedaré de brazos cruzados mientras Níkolas se nos va —lo empujo cuando me alcanza.

Arremete contra mí y estoy presto a usar la fuerza, pero antes que pueda hacer algo me sujeta de los brazos y me deja inmovilizado. Forcejeo. No me va a detener.

—Suéltame o no respondo, Nathaniel —amenazo.

Al no obtener respuesta le doy una patada en la espinilla y un golpe en el estómago con mi codo que lo deja sin aire. Maldice pero no me suelta. Lucho sin importarme lastimarlo o llamar la atención. Mejor. Quiero hablar con el director de este jodido hospital; no obstante, me está costando demasiado librarme del agarre. Es mucho más corpulento y hábil en peleas que yo. ¿Qué no entiende la situación? ¿Por qué no me apoya? ¡La vida de Níkolas está en riesgo!

—¿Y qué sugieres: salir a robar o extorsionar al personal para que lo atiendan? —me quedo pensando. Era eso o... no sé. Lo que sea con tal de resolver—. Te considero el más inteligente de los dos, piensa, hermano, porque a la primera que intentes algo ilegal complicarás las cosas —me toma de los hombros para que lo mire—. Yo menos quiero quedarme quieto, pero no podemos hacer más que esperar por la respuesta del seguro.

—¿Qué pasa si no la conseguimos? —baja la mirada y me suelta. Me llevo el puño a la boca—. No me voy a resignar, me niego —siento una punzada tras los ojos—. ¡Es un niño!

Pateo la primera silla que encuentro. Es un niño que no tiene la culpa que la maldita sociedad haya convertido las necesidades más básicas, como la salud, en un puto negocio. Ahora sí he llamado la atención de algunas enfermeras. No doy ni tres pasos cuando mi hermano se interpone de nuevo en mi campo visual.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora