10. Femme fatale in agguato.

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10. Femme fatale in agguato.

REGINA

Los integrantes del grupo están bebiendo agua y riendo tras el escenario. Los observo desde una esquina. ¿Cómo me metí en esto? Debí quedarme en mi yate, dándome un baño de burbujas en mi jacuzzi con una copa de vino. Relajándome. No ha sido una buena semana para mí.

Voy a ganar la apuesta.

Repaso mi pintalabios y me concentro. Mi objetivo ha guardado el instrumento y cuando parece que empieza a despedirse, me acerco. El eco de mis tacones le advierte de mi presencia. Se queda petrificado. Adoro su semblante de asombro y admiración. Me observa como si yo no fuera de este planeta.

Saca el pecho y endereza su postura.

Signore Roswaltt, que sorpresa.

—Madam... Sí que lo es —murmura.

Su voz es áspera y varonil como el eco distante de un rugido. Moja y eriza si lo imaginas con toque seguro y autoritario. Una lástima que semejante afrodisíaco sea portado por un gatito.

—He venido a felicitarlo. —Hago mi cabello hacia un lado y alzo mi mentón—. Fue una presentación espectacular.

Tose, nervioso. Parece contrariado a mirarme sólo a los ojos.

—Me... me alegra que le haya gustado.

Y silencio.

No da la impresión de querer acercarse. Lo miro de arriba abajo: sombrero fedora de segunda, esmoquin barato y viejo, y unos zapatos de anciano. Incluso en su muñeca expone un horroroso reloj que no debe llegar a los cincuenta dólares. Elegancia cero. Qué estilo más desagradable para vestir. Tan suculentos que son los orgasmos visuales por un hombre bien arreglado.

Resoplo.

Si lo imagino enfundado en un Tom Ford, se ve... muy follable. Sus ojos son de color azul intenso como el fondo del océano, un tono que pocas veces he visto. Además, a pesar de mi metro setenta, y mis Louboutin de vértigo, prácticamente quedamos casi a la misma altura.

Doy un par de pasos hacia él.

El plan A es tirármele encima. Ir al grano. Inconscientemente, muerdo mi labio inferior cuando miro su boca. Doy otro paso y su cuerpo se congela. Tieso. Maledizione. No me arriesgaré a un rechazo, por lo que opto por el plan B.

—Calma. No tengo intenciones de ahorcarte, sólo quiero arreglar tu corbatín. —Me mira con duda—. Te aseguro que no muerdo. —Intento no reír—. Pero, si lo hago, prometo que te gustará.

Arruga la frente y levanta la barbilla como un niño pequeño. Como siempre que lo veo en la torre, tiene el nudo flojo de tanto tirar de él. Noto una vibración en su pecho. Me tomo mi tiempo para ocuparme del cuello de su camisa y el corbatín.

Mis uñas rozan con suavidad la piel de su nuca. El perfume que usa me causa picor en la nariz. Mis manos se detienen en sus hombros para bajar por su pecho y recorrer sus costados. El traje le queda grande exceptuando los brazos, allí la tela se ciñe a unos trabajados bíceps. Ignorando su tensión, los aprieto y mi sexo se humedece por su dureza.

Estoy segura que puede cargarme sin dificultad.

—¿Sabes? —susurro, seductora—. Si imaginamos que tu traje es de otro color, diría que luces muy apuesto.

Respiga cuando bajo por su torso. Muerdo mi mejilla al punto de casi hacerme daño para no reírme.

—Acompáñame a ir por una copa.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora