18. Jardín del Edén

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18. Jardín del Edén.

ALONSO.

Después de cinco vueltas, tengo que acercarme a un grupo de empleados que fuman cigarrillos mientras manipulan sus móviles para que me indiquen la dirección. Sigo un camino flaqueado por focos y figuras de setos. En poco tiempo la veo. Regina está parada entre dos estatuas de quimera. Erguida en su típica postura imponente, tiene los brazos cruzados y no para de golpear con su zapato el piso.

—Madam.

—Creí que no vendrías —Está muy seria.

—Me perdí en el camino —juego con el cuello de mi camisa—. ¿Qué hacemos aquí?

—Vamos a dar un paseo por el jardín. Quiero mostrarte algo —con una mirada enigmática extiende su mano en mi dirección.

«Esta mujer es peligrosa», me recuerdo.

Entrecierro mis ojos. Mi sentido arácnido no detecta dobles intenciones en su invitación. Está demasiado serena. Después de ver su reacción por haber perdido, tanta calma es inquietante. Escalofriante.

Acepto la mano que me ofrece aunque algo en mi cabeza me grita que no al sentir el tacto frío de su palma. Ella tira de mí para que la siga pero sin entrelazar nuestros dedos. El rumor de la carpa queda atrás como una ilusión cuando nos adentramos en el frondoso laberinto. Ninguno habla. Yo no puedo o el corazón se me sale por la boca. El silencio se ve únicamente interrumpido por los grillos, un pájaro nocturno, el crujir del viento y nuestros pasos sobre las losas.

Estamos rodeados por uno que otro árbol con evidencias del otoño, arbustos, setos, flores, principalmente rosales... muchas enredaderas de rosas de diferentes colores densamente enrolladas alrededor de rejas a modo de techo, vallas y los setos, creando así infinidades de rincones oscuros. Ella avanza con paso decidido, mientras yo me aseguro con suma atención de no toparnos con algún reptil o insecto venenoso.

Además de la luz de la luna, somos iluminados mínimamente por un montón de pequeñas linternas de colores que están a un lado del camino. Es como ser trasportado a otro mundo. Desde estar en el jardín de la catedral central de la iglesia Axiom hasta incluso en el país de las maravillas.

¿Regina representa a la reina corta cabezas o al conejito blanco?

—¿A dónde vamos?

Ella no dice nada, solo sigue adentrándose en las profundidades del laberinto. Nos estamos sumergiendo demasiado en la oscuridad. Miro hacia atrás repetidas veces. La sensación de que nos siguen no me gusta. No quiero que me vuelvan a sorprender por la espalda; sin embargo, tampoco quiero soltar la mano de Regina. ¿Soy masoquista? Quizás.

Cruzamos un arco de flores azules para llegar a una pequeña plaza con focos incrustados en el suelo. Una estatua de la diosa Atenea erigida en la fuente del centro es lo primero que capta mi atención. A un lado, hay una pérgola sostenida por gruesas columnas, coronada por un domo. Debajo yace una mesa y varias bancas de piedra. Sería una vista muy hermosa si las rosas que nos rodean estuvieran en flor.

La italiana se adelanta, se gira hacia mí antes de llegar a las bancas y sube dos escalones. Ahora estamos al mismo nivel dado que no trae tacones. Verla así: con la estructura de estilo griego de fondo, su cabello oscuro por encima de los hombros en ondas, su piel pálida iluminada por la tenue luz de la luna y vestida de blanco, hace que me den escalofríos. Lo que me confunde es que no sé si son buenos o malos.

Bien podría parecerse a una diosa del Olimpo o una mensajera del Tártaro, pues su mirada es la de una fiera a punto de engullir su presa. Turbia. Enigmática y peligrosa. Trago saliva con dificultad.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora