28. Impotenza.

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28. Impotenza.

REGINA.

—Señoría, este caso debe ser descartado. La señora Lacroix no tiene nada de evidencia. A menos que abra el expediente y nos muestre sus pruebas documentales —defiende Julius.

Esquivar los golpes es lo que ha hecho desde que la audiencia comenzó. Lacroix vino con todas las ganas de hundirme.

—Ojalá fuera tan sencillo, nuestro trabajo está protegido por la regulación federal —Lacroix nos mira por encima del hombro, haciendo un puchero que destila burla—. Global Beauty sufrió pérdidas estrafalarias después de ser coaccionada por la competencia, provocando así que el costo de las acciones baje y efectuar una compra barata. Estamos hablando de una competencia manejada por la misma persona. Es un patrón. Un monopolio. No me sorprendería que la cosmética se alce en el mercado después que Regina Azzarelli se establezca por completo en la junta. Además de que, al fin y al cabo —entrega un folder al juez—, estas empresas pasaron por un proceso similar antes de hacerse pública la adquisición de esta mujer —me señala—. Si fue capaz con Global Beauty, estoy segura que pudo hacerlo otras veces. Ahora, Señoría, ¿eso le parece una demanda sin fundamentos?

Lo que dice es una locura total.

Mi abogado pendenciero se levanta y tira de las mangas de su saco antes de hablar. Hora de pasar a la ofensiva. «Acábala», musito y me sonríe de lado. Julius es implacable. Rebosando seguridad, presenta nuestros documentos validados y la declaración de los directores. Miro de reojo a la fiscal. Ha comenzado a tensar la mandíbula. Sonrío sin despegar los labios, recuperando la confianza.

—Señoría, el mercado bursátil es una jungla y todos lo sabemos. La fiscal no puede acusar a mi clienta de fraude sin un argumento con verdadero valor. Todas las transacciones han sido registradas y debidamente informadas ante la SEC.

—¿Por qué Global Beauty no? —Pregunta Lacroix

—¿Señor Cowan? —El juez nos mira.

—Ya lo hemos demostrado —Julius no titubea—. Las empresas fantasmas de la competencia no tienen nada que ver con mi clienta.

—Bien, si es así —Lacroix le entrega una hoja al juez—, Señoría, solicito una orden de registro a los archivos de todas las transacciones de Regina Azzarelli y las de Azzagor Enterprises.

Muerdo mi labio inferior sintiendo presión sobre mis hombros. La perra se dejó de rodeos. Es un golpe bajo el cinturón.

—Esa moción no es admisible sin pruebas —alega Julius—. No hay base en cuanto al estado de derecho.

El juez permanece en silencio, leyendo el documento. No me muevo. Me mantengo erguida sin apartar la vista del estrado esperando la decisión. Esperando a que la guillotina baje o no sobre mi cuello.

Mi abogado me mira de reojo, gesticula unas palabras pero no me entero. El hombre con un feo peluquín negro bebe agua muy lento, tan lento que me desespera.

¡¿Por qué se demora?!

La tensión es insoportable.

El juez carraspea y nos mira. Primero a la fiscal y luego a Julius. Han pasado dos minutos y ya los siento como una tortuosa eternidad.

—La defensa tiene razón, señora Lacroix, tiene un mes para presentar las pruebas necesarias o su moción será denegada —se ajusta las gafas—. Señor Cowan, durante ese periodo de tiempo, su clienta no podrá comprar acciones.

El sonido del martillo se sincroniza con mi sonora y profunda exhalación. No sé cuándo contuve el aire. Necesito blindarme a la de ya. No voy a permitir que esa mujer ponga un pie en mi territorio.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora