9. La scommessa.

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9. La scommessa.


REGINA

Extasiada por todas las deliciosas sensaciones que me invaden, bebo un trago largo de champán directo de la botella y dejo correr parte del líquido por mi cuello y espalda.

François limpia el caudal con su lengua sin dejar de magrearme los senos a su preferencia. La sangre me recorre encendida como lava en volcán, aguardando la inminente explosión. Mis caderas cobran vida propia buscando los lametones del español que yace debajo de mí. Con parsimonia separa más mis labios vaginales, introduciéndome dos dedos, y traza círculos con la punta de la lengua en mi clítoris. Jadeando, serpenteo hasta su miembro para empalarme entera. Gruñe y, puesto que ya me prepararon previamente, con las manos me abre las nalgas para darle acceso a Jean Pierre.

El sillón tántrico sirve de apoyo perfecto para nuestro juego:

El español está tendido sobre el sillón con las piernas flexionadas, deleitándose con mis muslos. Por su expresión, deduzco que no todos los días puede tocar a una mujer de mi calibre.

Los dos franceses forman parte de los pocos hombres con los que he repetido un encuentro pasional. Uno castaño y otro pelinegro, los dos tiene un bronceado exquisito, ojos oscuros y cuerpos tallados con cincel. François está de pie, torturando mi botón sensible y mi otro pecho con los dedos sin descuidar mi cuello con sus labios; a la par que Jean Pierre, arrodillado detrás de mí, sin dejar de empujar contra mi culo, me susurra palabras sucias y calientes en su idioma.

Tres hombres a mi entera disposición.

Tres pares de ojos que me miran con deseo.

Tres pares de manos que siento por todas partes.

Tres bocas que hacen maravillas y tres pollas que se turnan para follarme. Es una combinación explosiva.

Los franceses se rotan, François me penetra y, tras cambiarse el condón, Jean Pierre a él. El morbo de la situación me hace blanquear los ojos. Mis gemidos de placer salen descontrolados de mi boca mientras los tres se hacen con mi cuerpo. Necesito más, más... hasta que unos golpes violentos en la puerta de la habitación se hacen presentes.

—¿Regina? ¡Abre ya! —escucho rugir una voz al otro lado.

«Merda».

—¡No paren! —grito.

Enderezo mi postura para hacer la penetración vaginal más profunda. Me gusta sentirme llena. El español se incorpora para chuparme los pezones y darle atención a mi clítoris. Estoy a un gemido de derretirme. Somos sensaciones, humedad, gemidos, jadeos y gritos que se entremezclan de una forma irreconocible. El español acaba con un gemido varonil que me impulsa a llegar, seguida en pocos segundos por los otros dos sementales.

François y el español salen de mí, dándome espacio bajo las instrucciones de Jean Pierre. No me gusta que me acorralen. Me apoyo en el sillón regulando mi respiración. Por un breve momento me siento asfixiada como si mis pulmones fuesen a explotar, aunque sonrío complacida, no disfruto notando que los golpes en la puerta no cesan y, por el contrario, se intensifican.

Niego con la cabeza.

Alcanzo mi bata y la botella de champán para beber lo último que queda. ¿Por qué tiene que ser tan intensa? Con un gesto le pido a François que abra la puerta. La expresión adusta de Lorena no me sorprende.

—¡Sabía que te iba a encontrar así, hija de puta! —Lorena entra y me señala entera—. ¡Llegaremos tarde! ¡Mírate! Estás hecha un cochino desastre.

—Pero satisfecha. —Suelto una risita satírica.

Tal como pensé, eso la cabrea más y agita los brazos con exasperación.

Escabrosa Penumbra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora