Milena se estremeció. La última vez que había visto al Señor Oscuro, ella había terminado en el piso al borde de morir desangrada después de ser torturada. Suspiró, había dejado sangre, sudor y lagrimas (en el sentido más literal) por esa marca.
Llegó a la puerta, Narcissa estaba junto a ella y le tocó la muñeca.
—¿Segura que no quieres parar esto? Podrías solo conseguirte un buen esposo, un sangre pura que se comprometa contigo.
—No quiero ser la extensión de un hombre, es mi oportunidad de hacer algo de verdad— aquella afirmación le recordó porque había llegado a ese lugar en un principio. Puso la mano en el picaporte y se mordió el labio— ¿Podrías... mm...?
—Tu entra, yo le diré a Rodolphus. Aunque sabes que no vendrá, a él no le interesa.
—Lo sé— tragó grueso y abrió la puerta.
Voldemort se erguía con su aspecto espeluznante y aterrador.
—Un honor volver a verlo, Milord— se inclinó y agachó la cabeza. Todos se mostraban excesivamente temerosos ante él, y si bien ella estaba a punto de vomitar por el pánico, prefirió mostrarse educada.
Él no dijo palabra. La observo con sus ojos rojos y extendió la mano.
—Tu brazo— solo un siseo que le contrajo el estomago. Extendió su pequeño y delicado brazo y se erizó por completo cuando él le rodeó la muñeca para poder dejar expuesta la cara interna de su brazo. Apoyó su varita, similar a un hueso, contra su piel.
Cayó de rodillas por el intenso dolor que la atravesó de golpe. Pero él no soltaba su brazo, seguía con su varita pinchándole la piel. No lloraría ni gritaría. Cuando él alejo su varita, la castaña se desmayó.
Voldemort dejo el salón, no tenía mas que unos pocos e insignificantes segundos dedicados a esa chiquilla.
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—Rodolphus— Narcissa ignoró el asco que le producía aquel hombre— Milena ha recibido la marca.
—Pues, bien por ella— bufó, dándole una calada al cigarro. La rubia lo miro desaprobativamente.
—Tendrías que ayudarla, sabes lo dolorosa que es la marca.
—¿Por qué habría de hacerlo? Además tu la cuidaras.
—No voy a cuidarla— cortó con voz fría— ella no es mi hija, después de todo.
Rodolphus alzó la ceja ante el filoso comentario.
—Ve a buscarla o déjala retorciéndose en el piso, como hubieses estado tú si la niña no se hubiese ensuciado las manos de sangre para curarte— la mirada gris de Narcissa estaba imperturbable, le dio la espalda y se marchó.
Soltó una maldición. ¿Por qué tendría que cuidarla él? Ella era solo su... su... le pareció ilógico pensar en ella como su puta o zorra, cuando la niña era la persona más inocente en diez kilómetros a la redonda. Él no tenía porque cuidarla ni ser responsable por ella, si se moría de dolor por la marca no era su asunto.
Terminó el cigarro y miró como la lluvia caía torrencialmente.
Aunque ella lo había cuidado y él nunca le debía nada a nadie.
Se frotó la barba y caminó hacia el escritorio, tuvo casi un deja vú al verla tirada en el suelo, removiéndose. Se agachó y la cargó, estaba ardiendo y soltaba gemidos lastimeros.
—Rodol...phus— procuró ignorar que la cachorrita había dicho su nombre. La llevo a su cuarto y la dejo en la cama. Le quitó los tacones y el vestido.
¿Qué demonios sabía él sobre cuidar a algo? Lo único que había cuidado en su vida fue una lechuza cuando tenía doce años y había terminado volando en pedazos cuando probó un hechizo en el animal.
Ella estaba muy caliente, así que debía intentar apaciguar el ardor de la marca. Le puso un paño húmedo con agua muy fría. Miro expectante, no había volado en pedazos y ya no lloriqueaba tanto, quizás no era tan inútil para esto.
Así paso la noche, enfriando la marca y sosteniéndola cuando se retorcía por el dolor. Cuando el sol del amanecer entraba por la ventana, terminó por quedarse dormido junto al pequeño cuerpo.
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Narcissa se sorprendió al no encontrar a Mila en el escritorio, había terminado por decidir que la niña no tenía la culpa de esperar la atención de Rodolphus, después de todo, solo era una ingenua enamorada.
Frunció el ceño, ¿se la habría llevado alguno de los repugnantes mortífagos que rondaban por la casa? Se sintió culpable y estúpida. Camino a paso rápido hasta la habitación de Milena, rogando encontrarla ahí.
Cuando entró al cuarto, sus finas cejas rubias se levantaron con incredulidad al ver a Milena con el brazo cubierto con un paño, la castaña durmiendo lo mas tranquilamente que el dolor le permitía y Rodolphus a su lado, durmiendo y abrazándola por la cintura.
Se sintió desconcertada, pero decidió dejarlos dormir.
Lucius siempre había dejado en claro que ella era su excepción, a pesar de lo desagradable y cruel que podía ser Lucius con las personas, con ella siempre se mostraba caballeroso e incluso, a solas, llegaba a ser cariñoso.
Tal vez Milena era la excepción de Rodolphus, aunque él no lo supiera.
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Amor en tiempos de mortífagos.
FanfictionAlexandria esta destinada a luchar desde que nació. Pero ahora ya no lucha solo por sobrevivir, si no por salvar el alma de una persona que se metió bajo su piel: Draco Malfoy. R18.