Besarte

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Cuando se despertó Alexandria no estaba, pero su cama tenía un agradable aroma a mujer. Se levantó al baño, todo estaba en perfecto estado, la ropa de la rubia no estaba...salvo en el toallero, donde estaban sus delicadas bragas rosadas. Sonrió divertido, las examino un segundo, la tela suave y el encaje delicado, las llevo a su cuarto y las guardo en la mesita de noche.

Se frotó la cara, las clases empezaban en dos semanas. Pronto tendría que ir al callejón Diagon a comprar sus cosas. Genial, como si no tuviera cosas en que pensar tendría que estudiar. No es que fuera un inútil, pero la idea de escuchar a Binns interminables horas y de ahí irse a planear el asesinato del director, se le hacía complicado.

No debía pensar en eso, al menos por ahora. Le quedaban dos semanas de empezar su misión. Quería ver a Alexandria.

Sabía que ella se enfadaría de muerte si la buscaba frente a todos los demás. Pero ellos tenían una misión en común, debían hablarse ¿No?

Salió de su cuarto, camino a la sala donde podrían estar...pero nada lo preparo para lo que encontró.

Había un hombre con las manos amarradas y la cara ensangrentada. Impuro.

McNair gritaba, pero estaba demasiado absorto mirando a la rubia que caminaba en la sala, dejando sonar sus tacones.

—¿Qué hicieron, malditos sanguinarios?— el hombre grito desesperado, Draco se estremeció. Una cosa era la idea hipotética de asesinar impuros, y otra cosa era aquello, ver a aquel hombre gritar desgarradoramente.

—Silencio— la voz de la rubia acalló la de McNair y la del hombre— No te atrevas a mirarme a la cara impuro— él hombre, quizás en el único acto de resistencia que podía tener en aquellas condiciones, la miro desafiante— te daría una bofetada, de no ser porque no quiero tocar tu sucia sangre.

La voz de Alexandria, tan distinta a la suave y traviesa que él había conocido, era fría, cruel.

Ojala nunca sepas la clase de persona que soy.

¿Esa era la verdadera Alexandria? ¿De la que se escondía en su cuarto? Ella no parecía disconforme con el poder que tenía frente a aquel impuro.

—Eres una perra malnacida— ella no hizo amago de enojarse. Solo sonrió de manera felina, peligrosa.

—Puede, pero no soy yo la que está amarrada y ensangrentada. Insúltanos todo lo que quieras, pero eres menos que la mierda que quitamos de nuestros zapatos— McNair sonrió divertido. Y escuchó una carcajada, un hombre, supuso sería un carroñero, reía.

—¿No pudieron tener piedad con ellos?— los ojos marrones del hombre se inyectaron de sufrimiento.

—¿Tienes algo para colaborar con la causa?— el impuro la miro con asco— Oh, no me mires así... Queremos un mundo mejor, somos los héroes de la revolución mágica ¿No lo creen?— McNair rió roncamente.

—Primero muerto a colaborar con ustedes— repitió la palabra con sorna.

—Si tu lo quieres, soy adaptable— antes de que él pudiese siquiera mirarla con incomprensión una luz verde salió de la varita— avada kedavra— esas palabras saliendo de la boca de Alexandria le erizaron el cabello de la nuca, aquel pelo rubio que ella solía acariciar con la misma mano que ahora extraía la vida de ese impuro.

—Luego dicen que no los tratamos bien— el carroñero miro con lujuria a la rubia— ¿puedo saber el nombre de tan hermosa mortífaga?

—No te pases conmigo imbécil, eres solo un sucio basurero que va por ahí juntando desechos— miró con desprecio al cadáver— vuelve a tratarme como un igual y te arrepentirás de haber nacido... ¿Draco?— una leve incredulidad inundo sus ojos.

—¿A él lo llamas por su nombre?— se mofó McNair.

—Comemos de su mesa y sus sirvientes nos atienden, nose en que choza te hayas criado, pero yo tengo modales con el dueño de la casa donde vivimos de prestado.

—Que carácter tienes zorrita— Alexandria miro al carroñero con asco.

Sectumsempra— él, suficientemente estúpido como para insultar a la rubia, comenzó a desangrarse frente a sus ojos. —Quítalo de aquí, es endemoniadamente difícil quitar la sangre de la alfombra.

Se fue de la sala con Alexandria a su lado.

—No fui por ti— mintió, temiendo ser la siguiente víctima.

—No voy a atacarte Draco, nunca— aclaró, eso lo tranquilizo más de lo que hubiese creído.

—¿Hace mucho que haces estas tareas?— ella hizo una pequeña mueca.

—Unos meses, pero no es lo que normalmente me toca hacer. La sangre me he es bastante desagradable, prefiero los trabajos limpios.

Draco asintió, quería preguntarle muchas cosas y a la vez no decirle nada.

—¿Qué sientes...?— al matar, no quiso decirlo.

—Es algo complicado, ya sabes... ser consciente de que los impuros no son personas merecientes de vida al escucharlos gritar y suplicar, pero es como todo trabajo, al cabo del tiempo te vuelves inmune a muchas cosas.

—¿Ya eres inmune?— algo en la tristeza con que lo miro, le dijo que no lo era.

—A la mayoría de las cosas sí, aún no me acostumbro al asunto de los niños y las embarazadas, son asesinatos que requieren un nivel alto de frialdad— se encogió de hombros, como si aquello fuera solo cosa de práctica.

—¿Vamos al cuarto?— Alexandria levanto una ceja— No pretendía que sonara de esa manera.

—Tengo cosas que hacer— él hizo una mueca de disgusto— creo que puedo ir unos minutos.

Alexandria sabía que no podía permitirse aquellos pequeños gustos que se daba con el rubio, pero demonios, realmente quería encerrarse en esos cortos momentos de paz que había dentro del cuarto de Draco.

Tan pronto como Draco cerró la puerta, se lanzo a besarlo. La idea de tener la mente en blanco, aunque fuese por unos minutos, era demasiado tentadora para ambos. La apoyo contra la pared y dejó que ella lo rodeara con sus piernas.

—Explícame que estás haciendo conmigo— suspiró Draco entre besos, aquello era demencial. Las imágenes de Alexandria asesinando se mezclaban con las de ella desnuda y sonriente en su cama. La delicada (y mortífera) mano de la rubia le acariciaba la mejilla.

—Besarte. 

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora