Más.

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Rodolphus observó a las mujeres de la sala e hizo una mueca, nada lo atraía.

—Señor Lestrange, siempre es un gusto verlo. Ya sabe como son las cosas, solo que ha cambiado una pequeña regla, correrse dentro no es parte del servicio— la Madama de aquel lugar era una mujer cincuentona con más maquillaje que moral.

—Si quieres puedo chupártela pero no trago—La muchacha se recargó sobre él. Rodolphus la empujó con fuerza, unos meses atrás cuando recién había recuperado su libertad había disfrutado de las prostitutas...y vaya que lo había hecho. Por eso no entendía porque todo en aquella mujer y las otras que había visitado se le hacía tan repulsivo.

El cabello teñido, el maquillaje recargado, las curvas improporcionadas y la ropa reveladora. ¿Por qué no podía encontrar atractivo a aquellos cuerpos que eran pura curva y poco de todo lo demás?

Su vista se dirigió a la que parecía ser la más joven, no era la más agraciada, era bajita y castaña.

—¿Ella?— señaló a la chica que se estremeció cuando las miradas se centraron en ella.

—Ella es mi hija, no ha debutado todavía, pero por un buen precio todo puede solucionarse— una sonrisa felina.

—Pago lo que se te antoje cobrarme— No dijo ninguna palabra más, se acercó a la mujercita. Las demás parecían claramente ofendidas por haber sido ignoradas.

—Habitación 9, señor Lestrange— caminó sin decir nada, sabiendo que la castaña iba tras él. Entró y ella cerró la puerta. Estaba aterrada, y si bien hace un par de mes a él le habría encantado la idea, ahora solo podía pensar en Mila.

—¿Sabes que van a venderte a mi o a otro, verdad?— La castaña asintió y sus ojos se aguaron. —¿A qué le temes? — se acercó a ella, estaba aterrorizada.

—Me dijeron que duele mucho— una voz fina y bajita. Era poco más que una niña. Todavía podrás presumir por ahí de lo que dolió cuando me desvirgaste. Maldición su conciencia, muerta y enterrada durante tantos años, hacía eco en su cabeza. No era su culpa, aquella niña estaba marcada por un destino cruel, la vida es jodida para todos y si él no la follaba probablemente mañana lo haría otro.

—Haré que no te duela— las palabras se escaparon antes de que pudiera pensarlas y la niña abrió los ojos con sorpresa.

—¿En serio haría eso por mí? — Rodolphus la miró con frialdad.

—Quítate la ropa y ve a la cama— era escuálida, delgada, sin las peligrosas curvitas que Mila escondía, simple, castaña y con los mismos ojos marrones que la mayoría de la población. Sabía cómo tocar a una mujer, no habían sido en vano todas y cada una de sus experiencias. Él no besaba ni acariciaba, pero al menos se concentró en los puntos que sabía la harían sentir mejor. Cuando estuvo lo suficientemente preparada y al borde del primer orgasmo de su corta vida, Rodolphus entró y se quedó quieto. Lento, una tras otra las estocadas llegaron. La niña llegó y él también. Se salió pronto y se levantó para vestirse y marcharse de aquel lugar.

—Su mujer tiene suerte ¿sabe?— la niña estaba sonrojada y se cubría con la sábana— Nadie piensa en la mujer, menos en las prostitutas y jamás en las vírgenes salvo porque son más caras— Rodolphus abrió la puerta para irse— ¿Puedo saber su nombre?— se giró a mirarla.

—Rodolphus.

Ella sonrió levemente.

—Gracias Rodolphus.

Su mujer tiene suerte. ¿Realmente tenía él una mujer? Bellatrix era poco más que una molestia y Mila se había alejado de él. Nunca admitiría que guardo la sonrisa de la niña en su memoria. Él nunca podría ver esa sonrisa en Mila, la sonrisa segundos después de haberse hecho mujer, jamás. Se la había perdido por usarla como muñeca y se arrepentiría toda su maldita vida.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora