Cuidados.

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Mila se acomodó en los brazos de Rodolphus.

El mortífago había pasado los últimos tres días cuidando de ella. Y la castaña ya no se quejaba ni lloriqueaba, incluso tenía periodos de tiempo despierta en los que lo observaba, mientras él dejaba sus manos recorrerle las curvas. Se le hacía bastante pesado no poder tener sexo con ella, pero al menos podía tocarla como y donde quisiese.

—Gracias por cuidarme, Rodolphus— murmuró, con una sonrisa.

—¿Cuidarte? Solo quiero tener a alguien con quien follar siempre que se me antoje, muerta no me sirves.

—Si tú lo dices— ella sabía que era imposible que la marca la matara, por muy horrible que se sintiese. Pero si Rodolphus quería seguir siendo el hombre duro, no iba a arruinarle la reputación.

El brazo seguía ardiendo, pero era algo soportable. La marca estaba nítida y oscura en su pálida piel.

—Rodo, quiero— alzó una gruesa ceja y ella se mordió el labio, no tardó un segundo en comprender el mensaje y colocarse sobre ella, evitando rozar el brazo sensible.

Eran completamente opuestos, Mila era delicada, besando y acariciándolo, mientras él era brusco, apretando y lamiendo, pero de alguna manera, encajaban como piezas de rompecabezas.

—Quédate— pidió, cuando él estaba por salir de ella. Nunca se había sentido capaz de pedirle algo, menos entre las sábanas donde era tan inexperta, pero si Rodolphus la había cuidado durante tres agotadores días ¿Por qué no podría quedarse sobre ella unos minutos más?

Rodolphus estaba desconcertado, había estado con más mujeres de las que podía si quiera recordar, por voluntad o por la fuerza todas habían terminado de la misma manera, pero ninguna en sus cuatro décadas de vida le había pedido eso. Aflojó sus músculos, dejando un poco de peso sobre ella, no es que estar dentro de su pequeño cuerpo fuera un sacrificio, era placentero seguir siendo rodeado por esa cálida estrechez, pero era algo extraño.

Iba a salirse cuando la sintió contraerse.

—¿Crees soportar una segunda ronda? — Mierda, la cachorrita sabía recompensar sus cuidados.

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Alexandria soltó el aire contenido por decima vez. El clima con Draco estaba tan incomodo que la tensión se cortaba con cuchilla.

—¿Puedes dejar de suspirar como una idiota?— Frunció el ceño. Draco estaba cada día que pasaba mas insoportable, desesperado y deprimido.

—Estoy tratando de ser paciente contigo, no me obligues a golpearte.

Draco sonrió con frialdad.

—Que amable de tu parte.

Dedicó su atención al maldito armario. Alexandria tenía tentación de matar al pájaro que Draco pensaba usar para las pruebas, solo porque necesitaba distraerse. Y porque el canto del animal la molestaba.

—¿Seguro que podemos confiar en los mastodontes imberbes que van contigo?—Al principio había sido graciosa la idea de Crabbe y Goyle convertidos en niñitas, pero ahora dudaba sobre su lealtad. Miró en dirección a la puerta donde sabía que, al otro lado, ellos vigilaban.

—¿Qué importa si no podemos hacerlo? No saben el plan y no pueden entrar. Dame el bicho ese.

Saco el pájaro de la jaula y se lo tendió, bastante conforme, tenía tantas ganas por terminar con una vida que le daba igual que fuese la del pajarraco.

Draco lo soltó a dentro del armario y murmuró unas palabras en latín. Cuando lo abrió de nuevo, el pájaro yacía muerto en el piso.

—Maldita sea.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora