Chocolate.

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—¿Ocurre algo? Ni siquiera me estas mirando— Milena se sentó en el suelo, sobre la alfombra, apoyando la mejilla en la rodilla de Rodolphus. —¿Es qué no estoy bonita?— traía un camisón de los que solían encantarlo, especialmente porque él lo había escogido, pero estaba tenso, mirando fijamente la pared.

—Cuando pasó lo del auror, creí que me habías traicionado.

—Yo jamás te habría hecho eso, yo te amo— Rodolphus bajó la mirada hasta ella, parecía algo mayor, algo más tenso, como si la guerra se reflejase más en su rostro. Siempre le incomodaba cuando ella decía la palabra con a, pero a medida que pasaba el tiempo al menos había dejado de sonreír de manera burlona cuando lo decía, algo había cambiado en el medio.

—¿Cómo lo sabes? Lo dices con demasiada seguridad para ser una niña— se levantó para acomodarse entre las piernas de él, sin pensarlo demasiado lo abrazó, solo un abrazo, algo estaba pasando en su interior, algo en Rodolphus estaba haciendo chispas y sabía que ella era la culpable.

—Porque soy tu mujer, eres parte de mí, no podría no hacerlo— Rodolphus la separó, pero dejó sus manos en las caderas femeninas.

—Vístete, te llevaré a un sitio.

—¿Cómo debo ir vestida? ¿A dónde vamos?— estaba desconcertada y no entendía el rumbo de la conversación, para ese momento él debería estar quitándole el camisón.

—Tú solo ponte algo, nadie más va a verte— Mila comenzó a buscar la ropa que estaba dispersa por el cuarto, la que se había quitado antes del baño. —Déjame eso— sonrió sin poder evitarlo cuando le subió las bragas por las piernas y le abrochó el sostén. Se puso la falda y la blusa, intentando prenderse los botones al mismo tiempo que se calzaba los zapatos. —Estoy lista... más o menos.

—¿Sabes aparecerte?— se encogió de hombros.

—Algo así, a distancias cortas, no lo sé, nunca he intentado ir a un sitio— Rodolphus la tomó del brazo y antes de que pudiese decir algo, sintió su estomago hacerse un nudo al ser arrastrada, la cena volvió a su garganta mientras todo a su alrededor se volvía un torbellino. A los pocos segundos, intentando mantenerse en pie, se encontró en un salón, pequeño y con una fina capa de polvo. —¿Dónde estamos?— había un par de sillones de cuero, una estufa y solo un par de libreros a medio llenar.

—Es mi casa.

—No lo tomes a mal, pero creí que tenías un poco más de...espacio— miró la alfombra roída— un par de años en Azkaban hacen estragos con la decoración.

—No es la mansión Lestrange, tonta— frunció el ceño, pero estaba demasiado confusa como para enfadarse— escucha, este hueco no es el mejor lugar pero es el único donde estarás segura si pasa algo.

—¿Algo como qué? ¿Los aurores?— Rodolphus se pasó la mano por los ojos, parecía estar atravesando un gran dilema interno.

—No sé que pasará con la causa— apretó la mandíbula— no sé qué pasará con El señor oscuro, pero si las cosas no van como pretendemos y si llegas a estar en peligro, tienes que venir aquí, es el único lugar donde estarás segura ¿Me entiendes? Si necesitas...Cuando necesites ocultarte, nadie conoce este lugar. Lo tenía preparado para cuando los aurores me buscasen, si no fuese por los Longbottom... Esta casa tiene un fidelio, yo soy el único guardián.

—¿Me estás diciendo que si quiero traicionar al Lord y huir...? ¿Rodolphus estas pensando en rendirte?

—Jamás haría eso, lucharé hasta que me arranquen la última gota de sangre— lo dijo con tanta ira que Mila creyó que estaba a punto de explotar, y por alguna razón no sintió miedo de eso.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora