Draco estaba en su cuarto jugando con una snitch, se aburría de muerte, pero no se le antoja vagar por la cueva de mortífagos. La snitch de juguete solo se elevaba unos centímetros y revoloteaba, antes de dejarse atrapar. Había tenido decenas de aquellas pelotitas doradas, de pequeño siempre había tenido la costumbre de arrancarles las alas.
La marca en su brazo solo ardía levemente, ya había pasado toda una semana y ya se sentía recuperado. Claro que Alexandria seguía yendo todas las mañanas muy temprano a cambiarle el vendaje y quedarse con él mientras dormía. A veces se despertaba sintiendo las caricias que ella le daba distraídamente en la nuca, mientras leía cualquier libro que encontrara en el cuarto de Draco.
Se abrió la puerta y se sorprendió al verla ahí. Era una regla no proclamada, la rubia solo se paseaba por su cuarto a la madrugada, cuando nadie podría enterarse.
Se acostó en la cama como si fuera su cuarto y le dirigió una mirada, fue a sentarse a su lado, invirtiendo las posiciones que solían adoptar por las mañanas.
—¿se puede saber que haces a esta hora por aquí?
—¿Por qué? Yo puedo venir a la hora que quiera hacerlo— iba a reprocharle, pero noto la mueca de dolor que esbozo antes de disimularla y volver a su usual expresión fría.
—¿Paso algo?— ella no contestó, pero lo supo cuando movió imperceptiblemente su brazo— ¿La marca? ¿Él te está llamando?
—No a mí, a todos. Creo que harán más excursiones al callejón Diagón.
—¿Por qué no vas?— no comprendía cómo estaba tan tranquila mientras el Innombrable quería verla.
—No debo hacerlo, tengo órdenes directas de no salir de esta casa— parecía aburrida, como si estuviera resignada al encierro.
—¿Por qué?— repitió con curiosidad.
—Deja de preguntar porque, no tengo todas las respuestas. Si quieres, te acompaño con el señor tenebroso para que te explique porque me ordeno eso y de pasada nos invita un té— no pudo reprimir una sonrisa ante la exasperación de la rubia, ella siempre parecía imperturbable, era divertido verla seguir algún impulso.
—Por cierto ¿Qué haces el resto del día? Además de irrumpir en mi cuarto— ella suspiró.
—Hablar sobre los impuros, sobre planes para dominar el mundo, leer, entrenar, mirar el techo por si se abre alguna grieta que derrumbe la casa sobre nuestras jodidas cabezas— rió.
—Vaya rutina, ¿entrenas? ¿Hechizos?— estaba demasiado aburrido como para notar que estaba indagando mucho más de lo que usualmente hacía.
—No, entrenamiento físico. No consigues un par de piernas como las mías, sentándote a hacer hechizos— bufó, como si aquello fuera obvio. No pudo evitar dirigir la mirada a las largas piernas, se pregunto qué tal serían bajo aquellos pantalones ajustados.
—¿puedo verte entrenar?— en su cabeza definitivamente no había sonado tan lujuriosamente estúpido.
—No, nunca deben vernos juntos— la miró ofendido.
—Creo que mi ego está sufriendo— comentó indignado, pero ella se acercó más a él.
—Es suficientemente difícil ser la única mortífaga mujer, como para que empiecen a comentar que soy la puta del novato— eso sonó feo, incluso para él.
—Bellatrix y Alecto son mujeres— corrigió, sin saber que más decir.
—Pero no lo parecen— replicó, haciéndolo sonreír divertido— Pero al menos tu tía estuvo todo este tiempo en ese agujero de prisión ¿pero Alecto? Merlín, creo que su madre se fue de travesura con un boggart— ambos rieron ante la idea.
—¿Puedo preguntarte algo más?— la rubia rodó sus ojos verdes.
—De acuerdo, una pregunta más. Luego comienzo a cobrarte las respuestas— el frunció el ceño.
—Olvidas con quien estás hablando, podría pagarte todas las respuestas que se me antojaran— ella acercó su mano a la suya para juguetear con sus dedos.
—¿Quién dijo que te cobraría dinero?— ese enigmático comentario quedo flotando en el aire unos momentos— ¿Qué querías preguntarme?
—¿Por qué siempre vistes así?— alzo una ceja— no es que te quede mal— agregó rápidamente, haciéndola sonreír.
—Porque es ajustada.
—Se nota que te ajusta muy bien— murmuró.
—Eso sonó algo pervertido, pero esa es la gracia. Es una segunda piel, no tengo que preocuparme por enganchar mi ropa o que puedan tirar de ella, la chaqueta que tengo para ir a las excursiones es de piel de dragón, no deja traspasar el fuego ni el frío y el color negro me da más posibilidades de esconderme, considerando que suelo hacer mis tareas de noche.
—¿Qué tareas te han dado?— la había visto torturar a Avery, sabía sin dudarlo que era capaz de torturar y maldecir...pero era tan extraño asociar esa idea con la chica que ahora jugaba con sus dedos con delicadeza.
—Sabes que no podemos hablar de eso Draco y tampoco se me hace tentador hacerlo. ¿Sabes que se me hace tentador? Comer helado de vainilla pero en vez de cuchara usar galletas de chocolate— Draco la miro curioso por el cambio de tema y por la idea— no importa, es una idea estúpida.
Algo en el tono nostálgico con el que se había deshecho de la idea, le decía que no era ninguna estupidez.
La mano de la rubia se tensó, y Draco notó como la marca latía nuevamente. La expresión de la rubia seguía igual, pero algo en sus ojos había cambiado. Entrelazo su mano con la pequeña mano de Alexandria. ¿Quién diría que aquella suave y delicada mano podría haber torturado, y puede que asesinado, a quien sabrá cuantos impuros?
—¿Por qué nunca sales?— preguntó Alexandria, como si solo buscara tema de conversación.
—Porque no me apetece ver a nadie— cortó. Se dio cuenta el tono desagradable que uso. La rubia se levanto sin decir una palabra, estaba marchándose cuando él quiso tomarla del brazo para detenerla, pero ella le apunto con la varita al cuello.
—Vuelve a hablarme así y te corto la lengua— bajo lentamente la varita hasta su entrepierna— o algo que podrías extrañar mas.
La soltó algo asustado, dejándola irse.
No le sorprendió despertarse solo al otro día. Y al siguiente. Y al siguiente.
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Amor en tiempos de mortífagos.
Fiksi PenggemarAlexandria esta destinada a luchar desde que nació. Pero ahora ya no lucha solo por sobrevivir, si no por salvar el alma de una persona que se metió bajo su piel: Draco Malfoy. R18.