Recuerdo.

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Había experimentado pocas situaciones tan cómodas, holgazanas y deliciosas como esa. Había terminado de interrogar a un auror, había ido al escritorio de Malfoy y allí estaban, con Mila, tirados en el diván frente a la chimenea. Ella ojeaba distraídamente sus revistas repletas de faldas y zapatos, dio una mirada de soslayo a la pluma encantada que tomaba nota sobre la mesita cada vez que a ella le gustaba algo.

Asentía sin decir nada cada vez que ella le pedía opinión, a fin de cuentas terminaría eligiendo lo que le gustase, pero la normalidad de aquello era lo que lo sorprendía, no recordaba una situación tan tranquila desde Hogwarts bebiendo con Rodolphus y Barty en la sala común, cuando eran niños mimados y el mundo les pertenecía.

Que fácil era aquello, recordó, un nombre y un prestigio, recordaba aquellas fiestas del ministerio cuando los Lestrange eran de la lista de honor, incluso entrar del brazo de Bellatrix cuando eran considerados el matrimonio idóneo de los sangre pura, todo había empezado a decaer cuando Andrómeda había huido, ella iba a casarse con Barty o quizás con Rabastan, había sido la más bella de las hermanas Black, las curvas peligrosas de Bellatrix con la delicadeza de Narcissa, era la mezcla perfecta...hasta que ese sangre sucia pasó frente a ella y los sangre pura comenzaron a mirar, durante un tiempo, a Bellatrix de reojo. Siempre ocurría cuando había un exiliado en la familia, especialmente si era el segundo en una misma generación, si el apellido Black estaba sucio con Sirius, terminó de hundirse con Andrómeda. No era casualidad que tanto Bellatrix como Narcissa adoptaran apellidos de casada. Y luego había quedado en el camino Regulus.

Se sorprendió al pensar en aquel niño, hacía años que no pensaba en él, se parecía mucho a Draco, tembloroso y asustado, pero con una ferviente necesidad de encajar en algo para lo que no estaba hecho, la historia oficial había sido que murió en un enfrentamiento, pero considerando que tanto él como Lucius habían estado siguiendo las pisadas del chico (otro deshonor acabaría por ensuciarlos a ellos también) sabían perfectamente que no había muerto en un duelo con aurores, además era demasiado pronto para que aquellos cabezas huecas pudiesen notar que aquel gato asustado de ojos oscuros era un mortifago. Pero como siempre, si alguno moría se lo dejaba atrás, no se hacían preguntas.

Él lo sabía, por lo que escapó de Azkaban sin fijarse si Bellatrix o Rabastan venían con él, cada cual cuidaba su cuello, por muy deprimente que aquello fuera en ocasiones.

Muchas caras había visto desaparecer, mucha agua debajo del puente, recordaba al presuntuoso y afeminado Lucius Malfoy, con ese estúpido cabello rubio largo de niña, al flacucho de Snape solo en la estación de tren cuando él iba a despedir a Rabastan, incluso recordaba a la madre de Potter pululando cerca de Snape en aquella ocasión, quizás primer o segundo curso de Severus, él había visto a todos, vivir, luchar, caer y sobrevivir, había observado la vida apagarse de los ojos de Marlene McKinnon y había arrancado la de Gideon Prewett con sus propias manos, había quebrado la nariz de aquel Gryffindor con una bludger cuando tenía doce años y había disfrutado ver la túnica roja ponerse bordo por la sangre. Era el instinto.

Todavía estaba en su memoria aquella noche con los Longbottom, también cuando casi le arrancó un brazo a Lupin en una pelea y la primera vez que vio a Greyback devorarse un ser humano. Esa era la diferencia entre él y Bellatrix, él era tan despiadado como ella pero no era un psicópata, no deliraba ni jugaba, él tenía en claro todas y cada una de las acciones que había cometido y que el fin justificaba los medios.

Pero aquella seguridad iba menguando, la resistencia era cada más grande, los oponentes eran cada vez más fuertes y los mortífagos, los reales y sanguinarios, habían perecido. ¿Quiénes quedarían cuando ya no quedaran? ¿Draco y sus esbirros? ¿El hijo de la viuda negra Zabini? Por no mencionar que era una generación repleta de niñatas casamenteras sin demasiada vocación para nada más que gastar dinero, las hijas de Parkinson, Greengrass, Bulstrode, tontas e inservibles.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora