1998.

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La mansión ostentaba oro y licor, los elfos domésticos corrían por debajo de las bandejas donde no se los veía con las manos vendadas de los múltiples castigos que había conllevado la organización de semejante fiesta. Había mucho que celebrar, el Ministerio estaba a su control, Hogwarts había caído, Dumbledore estaba muerto y las mansiones de los sagrados veintiocho que aún estaban con vida relucían como en sus mejores épocas.

—Debo irme antes de que tu mujer me venga a buscar con una daga en la mano— Rabastan abandonó el Whiskey en la mesita ratona y se levantó.

—¿Por qué demonios puedes ir tú a mi cuarto y yo no?— Rodolphus frunció el ceño.

—Necesita que alguien la ayude a prepararse.

—¿Desde cuándo eres la maldita tía Dolly?— Rabastan se encogió de hombros, sus motivos eran extraños, considerando que no era un hombre conocido por ser particularmente piadoso. Pero la niña no tenía madre, su hermana la detestaba y vivía rodeada de hombres de mediana edad que eran además asesinos consagrados. Milena había tocado un punto sensible en él, la mujer de su hermano, pequeña como era, había tenido la valentía de dejar todo atrás y cometer los actos más complejos y pesados para el alma en pos de proteger la causa que defendían y la familia a la que pertenecían y eso la hacía merecedora de su respeto.

Pero había algo más, la niña había hecho el amor inentendible que sentía por Rodolphus algo que lo incluía a él. Una calidez extraña lo invadía cuando la niña lo cuidaba desinteresadamente, las comidas calientes, los whiskies de medianoche y las charlas donde ella consumía de sus memorias. El amor y la sensación de hogar era tan inexistente entre ellos, los sangre pura, que aquella muchachita parecía una especie en peligro de extinción. Y había descubierto, con el paso de los últimos dos años compartiendo cada vez más tiempo con ella, que la quería. Que ella se había vuelto parte de él y, aunque odiaba aquello, era su punto débil.

—Pasa, pasa. ¿Crees que el cabello me queda bien así o debería hacerme rizos?— suspiró, le esperaba una tarde larga.

*

Hacía veintiséis años que la mansión Lestrange no era el corazón latiente de una fiesta como aquella. Rodolphus recordaba que la última fiesta la había organizado su madre, no mucho antes de morir, cuando Rabastan al cumplir los diecisiete había recibido la marca tenebrosa y aquel honor, el de tener dos hijos mortífagos, había sido celebrado por todo lo alto.

Podía observar, casi con sorna, todos aquellos rostros que le habían dado la espalda cuando estaba en Azkaban y ahora bebían de su vino y fumaban sus puros. La orquesta sonaba con sutileza desde el rincón y los jóvenes, la próxima generación de mortígagos y que en su opinión eran todos inútiles, caminaban de aquí a allá, como si aquello fuese los bailes de Hogwarts.

El comienzo del año 1998 había elevado todos los ánimos, incluído el suyo. Comenzaba el año como un hombre libre, poderoso y con Milena a su lado. No podía pedir nada más, salvo lo que todos esperaban a esta altura: La muerte de Potter. Casi podía escuchar la voz de Milena en su cabeza diciendo que no piense en la guerra durante la fiesta.

La música se detuvo, sus pensamientos también, en el momento en que Milena posó su mano en la barandilla de madera de roble lustrado. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida entera, y era suya. El vestido, de color verde oscuro, se amoldaba a cada curva de su delicada figura, el escote profundo y levemente escandaloso dejaba a la vista su clavícula pálida, la serpiente que le había dado por su aniversario envolvía su cuello y caía hasta su pecho. La capa del mismo color verde caía por sus hombros, dejando a la vista su piel. Que piel. No se había dado cuenta que estaba reteniendo el aliento. Milena había llegado a él como una adolescente tímida y temerosa, pero ahora frente a él estaba una mujer que parecía caída del cielo dispuesta a desatar todos los infiernos.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora