Duérmete o dormirás en el pasillo.

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Rodolphus se tronó el cuello. Le dolía cada maldita parte del cuerpo. Con todos los años que llevaba siendo mortífago, se imaginaria que ya no lo mandarían a los jodidos bosques a rastrear impuros que intentaban escapar.

Miró el reloj antiguo, dos de la madrugada. Soltó una palabrota por lo bajo. Caminó hasta su cuarto, arrastrando sus botas militares llenas de lodo y sin detenerse a limpiarlo.

No alcanzó a cerrar la puerta que el sonido del agua llego a sus oídos, era de esperarse que ella estuviese esperándolo. Fuese hasta el baño, donde la castaña le daba la espalda. Nunca lo admitiría en voz alta, pero no podía negar que llegar de perseguir, luchar y asesinar, y ver a esa mujer desvistiéndose era algo delicioso.

Ajena a la mirada se había quitado el pijama. Se observó la marca un momento, mañana saldría de aquel cuarto y volvería a la vida, una vida de mortífaga. Se desprendió el sostén y lo dejo caer. Se giró y se encontró con Rodolphus, sobresaltándose.

—¡Mierda!— se cubrió por instinto, pero termino por dejar caer las manos y soltar una risita. –Cualquiera diría que te gusta lo que ves.

—¿Te duchas a las dos de la mañana?— Mila se encogió de hombros.

—Quería esperarte despierta y no tenía otra cosa que hacer. ¿Quieres acompañarme?— ¿para qué responderle? Si ella ya le estaba quitando la chaqueta de piel de dragón. Cada día más atrevida y sensual. Ese pensamiento lo llevo a dudar sobre cuánto tiempo tardaría en querer estar con otros hombres, por ahora solo él había explorado aquel cuerpo y eso hinchaba su ego...y su entrepierna.

Se dejo arrastrar a la ducha. Qué bien se sentía el agua caliente en los músculos adoloridos. Ella se lavo el cabello, mientras él se quito todo el lodo y la sangre seca.

—Te ves cansado, ven aquí— lo rodeó con sus brazos y lo beso, como a él le gustaba, con fiereza y mordiéndole el labio al separarse, mientras las femeninas manos le daban un masaje en los hombros. No lograba recordar la última vez que había recibido un masaje. Podría haberla empujado, sacándosela de encima a ella y sus atenciones, por meterse en lo que no le importaba, pero la dejo hacer.

Se seco con desgana. Estaba agotado y, dentro de lo que él se permitía, relajado, solo quería ir a la maldita cama. Se metió entre las sabanas oscuras y observó como Mila se escurría el pelo castaño. Era sensual, no es que los hombres se conformaran con cualquiera, si ella atraía miradas era porque se las merecía. Con sus piernas largas, sus curvas jóvenes y bien dotadas, sus felinos ojos grises. Se acomodo en la cama junto a él.

—¿Te molesta que me quede?— Rodolphus la miró escéptico, como si de repente ella se hubiese vuelto loca.

—Te has quedado a dormir desde que llegaste— intento que sonara a reproche, con molestia. Pero verdaderamente, el pequeño cuerpo desnudo era bastante cómodo junto al suyo, especialmente con el frío invierno que asolaba la ciudad. Mila se mordió el labio.

—Ya, pero hoy no hemos tenido relaciones...intimas.

—Relaciones intimas— repitió con sorna.

—Bueno...follar, no hemos follado— Rodolphus busco una explicación para no echarla a patadas, pero termino por dejar un silencio incomodo.

—Follaremos en la mañana –concluyó. Mila sonrió, como si él le hubiese dicho un cumplido —¿Por qué sonríes?— cuestionó, sintiendo que se perdía de algo dentro de la cabeza de la castaña. Rodolphus la observó.

—¿Te he dicho que eres el mejor amante que he tenido?— preguntó con una risita, Rodolphus soltó algo parecido a un bufido, el horario estaba afectando su cerebro.

—Soy el único amante que has tenido.

—Sí pero podría haber elegido a cualquiera y te escogí a ti, eso debe valer algo.

—No te deje muchas opciones.

—Pero sigo aquí, a mi me enseñaron que debía estar solo con un hombre— su mirada gris se perdió, como si recordara algo— Yo siempre pensé que sería un joven que se enamorara de mí, me cortejaría con flores y regalos, pediría mi mano y me haría mujer en la noche de bodas... claro que llegue aquí y paso todo eso...

—No voy a disculparme.

—No quería una disculpa, nunca fui feliz siento una maldita señorita inglesa, ser tu cachorrita— murmuró la palabra como si tuviese gusto a chocolate— me hace sentir sexy, fuerte... complacerte me hace sentir que soy capaz de mucho mas que solo organizar fiestas de té.

Rodolphus la recorrió con la mirada.

—¿Te pasaste con el whiskey? Se que te dije que tomaras pero no seas una maldita alcohólica.

Mila soltó una carcajada que contrastó con cada centímetro de aquel siniestro cuarto. Incluso con el hombre que estaba junto a ella.

—El punto es que quiero hacerte feliz porque me haces feliz, y sé que el sexo te hace feliz, también ser mortífago y quiero ser la mejor mortífaga, tú me enseñaras y te pagaré con sexo... es un circulo vicioso ¿sabes?

Rodolphus cerró los ojos un momento para mantener la compostura y no reírse.

—Duérmete de una vez.

—Tienes razón... Buenas noches— con un pequeño gruñido, que ella interpreto como un igualmente, le dio la espalda para acomodarse y dormir.

El silencio se estableció en el cuarto. Rodolphus estaba adormecido cuando la vocecita resonó en sus oídos.

—¿Yo te complazco, cierto?

—Duérmete o dormirás en el pasillo.

La castaña sonrió al sentir el cuerpo del mortífago más apegado al suyo y la mano masculina medio abandona sobre parte de sus senos. Había obtenido su respuesta...y lo más parecido a un abrazo que Rodolphus Lestrange podía dar. 

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora