Inocente cervatillo.

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—Definitivamente no hay manera de que suba por ahí— Milena se quedó parada junto a la precaria escalera de hierro que parecía estar a punto de separarse de la estructura.

—Niña, si queremos vampiros a nuestro favor hay que darles lo que el ministerio no le da, adoran la sangre joven y ahí dentro hay bastantes. Sube— Rodolphus se pellizcó el puente de la nariz mientras Rabastan maldecía.

—No vas a perder los dedos por tocar óxido, reinita— Milena sacudió la cabeza.

—No es por eso, traigo falda no puedo subir por ahí, me verán...¡Traigo bragas!— aclaró indignada, ante la mirada libidinosa de Avery. Rodolphus apoyó la mano en su cadera, se sentía tan imponente frente a su pequeña niña.

—Subiré después de ti, nadie verá tus bragas salvo yo, y tienes que usar otra ropa para las misiones— regañó.

—Es que no sé dónde puedo comprar algo como lo de ustedes pero de chica y... bonito— Rabastan fingió ofenderse. Le daba cierta gracia que Rabastan realmente entrara en esos juegos de niños, toda la vida le había gustado reírse de su hermano y la niña le daba un sin fin de oportunidades.

—Usa lo de tu hermana— resolvió.

—Muy gracioso Rodolphus— parecía herida ¿qué había hecho ahora?— Todos sabemos que Alexandria es considerablemente más alta y yo considerablemente más gorda.

—Se arregla con mag... ¿Espera dijiste gorda? Por un demonio niña ¿Donde te ves tú gorda? Te he visto desnuda más veces que tu madre y no estás gorda por ningún maldito sitio.

—Pero sus pantalones no me entran, tengo caderas gordas— Estaba seguro que tanto Avery como Rabastan estaban tan desconcertados como él.

—¡Eso es porque tienes un precioso culo de concurso!— Mila se mordió el labio— Niña tus caderas me han dado suficientes alegrías como para defenderlas.

—A pesar de que voy a burlarme de él por esto hasta que me rompa un hueso, eres la mujer más atractiva que ha tenido. Y eso que ha tenido muchas...¿Recuerdas a...?— Rodolphus le pegó en la nuca para callarlo a tiempo.

—Si vamos a hablar de todas con las que me he acostado esa sangre dejará de ser joven. Sube— La niña subió dos escalones, antes de que él se pusiera detrás para cubrirla mientras subía. Ella se había quedado en silencio, no era por las zorras con las que había follado, sabía que era bastante más complicado y él no tenía idea como llevar una situación así.

A veces pasaba por su cerebro la idea de olvidarse de aquel intento de relación, de seguir adelante, recordar su edad y su posición, volver a revolcarse con putas y prisioneras y llegar solo al final del día, dejar de preocuparse por ella, por su mente o por sus incontrolables sentimientos.

—Rodo, ¿vamos por la izquierda?— Y entonces esos ojos grises felinos lo conducían a la misma trampa en que siempre decidía caer. Donde todas las otras opciones eran frígidas e insulsas, asquerosamente vacías y ordinarias en comparación con ella.

—A matar cucarachas— sujetó la varita, le dio una patada a la puerta de servicio y la masacre en aquel conventillo de mala muerte comenzó.

***

—Deja eso— ella dejó caer sus manos a los lados, se acercó por detrás para pasar sus brazos entre los de ella, justo por el espacio que permitía la curva de su cintura, y poder terminar de desabrochar la blusa. —Me calienta mucho el blanco, me recuerda al primer día que te vi, perfectamente indefensa y virgen— delineó el fino sostén de encaje, cubrió su pecho con una mano— y me calienta que todo en ti sea de la medida justa para que yo lo disfrute.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora