Gryffindor.

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Gryffindor había ganado. Harry Potter había atrapado la snitch.

Alexandria jugueteaba con la manga de su cárdigan. No entendía el Quidditch, ni el interés en el deporte, quizás porque nunca había volado. Miró a Harry, con el cabello azabache desordenado y gritando junto con su equipo, como si el viento le perteneciera. Sintió curiosidad, por primera vez en su vida, por subirse a una escoba y volar.

Todos a su alrededor, los alumnos de Slytherin, bufaban e insultaban, dudaba mucho que otros profesores permitieran esas palabras, pero Snape parecía tan dispuesto a quemar vivos a los Gryffindor como el resto de su casa.

Se encogió de hombros, hacía calor pero no podía quitarse el cárdigan, a pesar de tener vendado el brazo, no era común que un mago tuviese varios días un vendaje puesto, sanar a lo lento era tan inusual que alguien podría sospechar. Su marca latía, se preguntó que estaría pasando en Malfoy Manor.

Espero que el campo se despejara poco a poco, se levanto y caminó en dirección contraria a la masa de estudiantes de esmeralda y plata, el vestuario de Gryffindor estaba frente a ella y entró.

—No queremos víboras por aquí— cortó su paso la pelirroja Weasley.

Se lamió el labio, mirándola. Lindos rasgos, aunque las pecas no fuesen de su gusto, ojos café y bonita figura, lo que más le agradaba era el cabello flameante, aunque lo detestara en el resto de su familia de traidores, a ella le otorgaba un aire sexual.

—Estoy buscando a Harry, no a ti— predeciblemente, su ceño se frunció. Celos. Ya no podía torturar a nadie, pero al menos podía jugar con las personas.

—No se porque Harry querría hablar contigo— murmuró confundida y con molestia.

Alexandria decidió romper ese corazón escarlata de una puñalada. Se acercó al oído de la pelirroja.

—Porque no creo que se niegue a verme después de revolcarse conmigo— susurró con toda la mordacidad que le fue posible.

—¿Alexandria?— El equipo, especialmente la chica Weasley, se vieron algo confundidos de que su capitán tuviese una relación que no fuese de profundo odio con algún miembro de la casa enemiga— ¿Qué haces aquí? ¿Paso algo?

—No, solo quería felicitarte— sonrió de lado— si haces todo como juegas al Quidditch, el viejo voldy terminara orinándose en sus túnicas— Harry soltó una risa ronca, pero el resto de los presentes se tensó visiblemente ante la mención del mago tenebroso.

—Festejaremos la victoria, te invitaría pero...— se veía incomodo al tener que decirle eso, maldito chico y maldita su manía de ser amable todo el tiempo.

—No te preocupes, después de todo— dirigió su mirada a la pelirroja— no quieren ver víboras por aquí.

La sala común se veía mas aburrida y oscura que lo habitual. La derrota no sentaba bien a un grupo de niños mimados acostumbrados a creer que tenían el mundo en la palma de la mano.

Ella conocía bien a esa gente, no por nada había estado en las camas de personas poderosas. Aunque claro, decir cama era demasiado, más bien en un motel cutre donde todo apestaba a cigarro, alcohol y si conocías el aroma, a semen.

Había aprendido de muy pequeña una cosa, sexo es igual a recompensa. Al principio solo era una insulsa niña abandonada por el mundo que se dejaba follar a cambio de comida o un viejo sweater que la cubriera de los desalmados inviernos de Londres; con los años había aprendido que con un par de secretos podía conseguir mucho más. Aunque también disfrutaba asesinando a sus viejos amantes, no podía evitarlo, la muerte era solo un mísero castigo comparado al calvario de su vida por aquellos años.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora