Traición.

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Lo supo desde el instante en que Voldemort le dijo que debía estar ahí, que todo se iría al demonio. Era difícil, desde Hogwarts, saber lo que sucedía con el resto de las misiones, pero cuando fueron llamados todos a Malfoy Manor supo que había algo grande. Y entonces escuchó a Rabastan decir que por fin matarían a Lupin.

La cabaña en medio de la nada estaba protegida por toda clase de encantamientos, deseó que fueran suficientes pero no lo fueron. Alexandría se mantuvo detrás de Rabastan y Greyback, escuchó la voz de la chica Tonks y maldijo por lo bajo antes de hacer lo más impulsivo y estúpido que había hecho en su vida, golpeó la silla con el pie, fingiendo chocársela y rezó para que fuese audible al oído de alguno de ellos.

Rabastan le apuntó con la varita, en una amenaza silenciosa por hacer las cosas bien. Pero entonces escuchó la voz de Remus.

—¡La varita!— Rabastan corrió y atacó, pero Remus ya estaba lo suficientemente alerta como para responder. El embarazo de la chica Tonks ya era notable y casi se detiene a preguntarse quién, por un demonio, se ponía a tener bebés en plena guerra. Eran muy pocos para fingir una pelea, debía seguir con su misión, jugar su papel.

Pero miró a Remus, miró los únicos ojos que la habían mirado con inocente desinterés y compasión y no pudo apagarlos. No fue capaz. Los ojos grises de la chica eran iguales a los de Draco, a los de Narcissa. Y los miró por un momento, antes de decidir dejar la vida de una vez por todas.

Agitó la varita y golpeó de lleno a Greyback que cayó contra la mesita haciéndola pedazos. El momento de sorpresa generado por la traición, fue el suficiente para que Remus corriera hacia la chimenea y cubriera el paso mientras Tonks escapaba.

—¡Vete! ¡Ve con tu hijo!— Alexandria gritó con la voz rota, Remus siguió a su esposa, mirándola con culpa, con pena, con dolor. Rabastan gritó con furia y le dió un golpe que la encegueció por unos minutos y la arrojó al piso.

—Quién diría que eres una pequeña amante de los perros— Rabastan la pateó en el piso, haciéndola gemir de dolor al recibir la punta de su zapato entre las costillas, quizás rompiéndole alguna— Zorra, traidora, mestiza— cada palabra iba acompañada de un golpe. No suplicó ni lloró, se retorció en el piso intentando esquivar los golpes en la cabeza y los órganos vitales. —Confiar en una Dumbledore, a quién se le ocurre.

—A Voldemort— masculló, su boca sangraba pero sonrió con triunfo— Él confió en mí.

—No te atrevas a decir su nombre. Mestiza asquerosa.

—¿Qué vas a hacerme, Rabi? ¿Matarme? Y estoy muerta en vida.

—Dámela, servirá para alimentar a la manada— Rabastan la escupió, antes de alejarse maldiciendo por lo bajo.

—Debería matarte si, debería torturarte y matarte, pero estos malditos híbridos harán contigo cosas que no existe un demonio en la tierra que pueda pensarlas.

Soltó un grito de sorpresa cuando Greyback la tomó del pelo y la arrastró por el suelo, hacía el jardín, antes de aparecerse en un bosque donde las piedras arañaban su piel mientras era arrastrada. El olor, nunca había sentido un olor tan nauseabundo, tan fuerte, tan permanente en tu memoria. Y entonces conoció el infierno.

*

Alexandria vomitaba. Los cuerpos desmembrados a su alrededor hedían un aroma pestilente, la sangre le ensuciaba los pies descalzos y había órganos visibles en seres que estaba segura aún respiraban. Los vivos, los muertos, los sangrantes, los llorantes. La rodeaban como si fuese un círculo del infierno que Dante nunca logró imaginar. La manada mezclaba el sexo con la carne, alimento y consumo. Los niños pertenecían a Greyback y sabía que ella también.

No sabía cuánto tiempo había pasado, en aquel pozo infernal no había luces ni ventanas. Alexandría estaba quebrada en cuerpo y alma, por primera vez desde que era una niña. Lo que había visto era indescriptible e inhumano. Había soportado en carne propia todo tipo de vejaciones, torturas y crueldades, pero nada era como lo que había visto ese día. Se dejó caer en el suelo, agotada. Dispuesta a suplicar la muerte.

—¿Qué haces aquí? Los magos no pisan este territorio— La voz de Greyback resonó en la cueva, haciendo que el resto de licántropos se alejen asustados.

—Híbrido asqueroso, baja la cabeza antes de hablar con un superior— reconoció la voz de Rookwood— ¿Dónde está la chica?

—Tengo muchas. ¿Entera o en pedazos?— Greyback rió. Rookwood no.

—El señor Tenebroso la reclama, ¿Serás tú, híbrido, quien se oponga a sus órdenes?— el silencio se esparció por la cueva. Alexandria realmente no sabía que era peor para morir, Greyback o Voldemort. Un escalofrío la recorrió al pensar en la tortura a la que había sido sometida por fallar en la misión de matar a Dumbledore, no deseando saber nunca lo terrible que sería el castigo por la traición.

—Tú, traela— Alexandria traía suciedad, vómito y sangre en toda la cara cuando el hombre con el rostro surcado de cicatrices que lo deformaban se acercó a ella, la tomó del brazo y la arrastró hasta donde estaban los otros. —Ahí la tienes, espero tengas un buen viaje— Greyback la lamió, haciéndola tener arcadas.

Rookwood le ató los brazos y la guió fuera de la cueva, del territorio de Greyback, hasta un pequeño acantilado. Y sólo entonces notó que Rookwood, la basura más bravucona y habladora del mundo, no había dicho ni una sola palabra. Tenía la mirada perdida y el cuerpo tenso.

Y entonces, apareció Snape. 

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora