Hermanas.

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Alexandria caminó hacía la sala común. Era veinticuatro de Diciembre. Una fecha patética, pero melancólica.

No había hablado con Draco desde el día en que se acostó con Harry, tampoco es que hubiese tenido demasiada comunicación con el Elegido. Pero fue incomodo encontrarse con Draco en el sofá. Por supuesto, el mejor de la sala común. Marcadas ojeras surcaban su rostro, volviendo fríos como el hielo sus ojos grises.

Draco la recorrió con la mirada, pero no dijo nada.

—Draco, voy a irme para Navidad, probablemente vea a tu madre ¿quieres que le diga algo?— intentó ser cortés, aunque no fuese lo suyo.

La mirada gris estaba apagada.

—Estás sola, ¿con quién pasarás Navidad?— cuestionó.

—¿Quién te dijo que voy a celebrar Navidad? Tengo unas cosas que cumplir, ¿le digo algo a tu madre o no?— Draco frunció el ceño.

—¿Tú vas a ver a mi madre y yo estoy encerrado aquí? Genial— Ironizó. Alexandria se mordió el lado interno de la mejilla sin saber que decir.

—No voy a estar de fiesta y tu no deberías hacer estupideces mientras no estoy.

—¿Quién te crees para decirme eso? Vete de una vez.

La rubia suspiró y se marchó.

Sonaba estúpido que a su edad le importara la maldita navidad, pero era la primera vez que no pasaba estas fechas con su madre y que no estaría en su hogar.

Se acomodó el traje negro y se paso las manos por el pelo rubio. Hoy sería un día largo y aburrido.

Caminó hacía el Gran comedor, bufó con desdén cuando cruzó un grupo de niñas de Ravenclaw que comentaban lo grandioso y atractivo que era San Potter y casi suelta una carcajada al enterarse que iría a la fiesta de Slughorn con la Lunatica Lovegood.

Pansy enderezó su espalda, intentando sacar sus inexistentes senos hacia adelante. Por mucho relleno que le pusiera a su ropa interior, él sabía que desnuda tenía el cuerpo de una niña de once años.

—¿Te pasa algo, Draco? Te ves cansado, si quieres Millicent te hará los deberes ¿es eso?— Bulstrode asintió rápidamente.

No escuchaba nada, ni la conversación de Theo con Blaise, ni los chillidos de Pansy ni el bullicio del resto del comedor.

Había estado dos noches enteras trabajando en el armario. Cada segundo que pasaba sentía la cuerda ajustarse en su cuello. Necesitaba que Alexandria volviera, aunque no hablasen, al menos ella entendía sus ojeras y su agotamiento.

Cada voz entraba por sus oídos, su cerebro la ignoraba. Una burbuja lo rodeaba. Estaba alejado del resto. Estaba solo. Debía encontrar una forma de deshacerse de Dumbledore o acabaría volviéndose loco.

Escuchó a retazos lo que Zabini decía, hoy sería la fiesta de Navidad del incompetente de Slughorn. Snape tenía muchas cosas peligrosas escondida entre sus estantes y no solo por favoritismo era el mejor en pociones. Slughorn debía tener venenos.

Había considerado hace tiempo usar veneno, pero lo había descartado después de que Burgin le recordara que solo trabajaba artefactos oscuros y que el ministerio no le estaba poniendo fácil conseguir sustancias y objetos nuevos, bastardo. Él había sido un iluso al creer que una simple idiota como Katie Bell podría atravesar la seguridad de Hogwarts y los aurores.

Si iba a asesinar a Dumbledore, el arma asesina tenía que estar dentro de Hogwarts y esperaba, realmente lo hacía, que no ese arma no fuesen sus propias manos.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora