Rodolphus Lestrange era un hombre estratega. Le gustaba ir un paso adelante de sus enemigos y dos delante de los que consideraba aliados. No le gustaba que lo tomen por sorpresa, había perfeccionado el arte de crear una reacción a cualquier acción, no solo para salvarse si no para dañar al otro lo más posible. Será muerte o no será nada.
Por eso, cuando supo un mes atrás que la misión asignada al niño Malfoy era asesinar a Dumbledore, miró a Narcissa que temblaba en su asiento y solo pensó en que debería buscar su túnica negra nueva. No es que le agradara aquel niño, mucho menos su padre. Pero respetaba a Narcissa lo suficiente como para cumplir con el luto. Pero nunca previno que veintisiete días después hubiese una alerta desde Hogwarts.
Debían ir.
Debían atacar.
Debían matar.
Algo sucedió ese día en la torre de Astronomía del colegio que recordaba con nubloso desdén. No había una sola de las versiones posibles de realidad en las que creyera que Draco Malfoy sería capaz de desarmar a Albus Dumbledore.
Pero sucedió. Luego el torbellino rubio diciendo que sería ella quien asesinara al anciano. Y todo concluyendo como él creyó que debería haber sido desde el primer día: Severus Snape asesinando al hombre a quien debería de haber matado casi dieciséis años antes.
Y luego el huracán.
La orden. Los mortífagos. Los hechizos. La sangre. Y el cadáver.
En ese momento no fue capaz de razonar porque aquellos niños de escuela podían ser tan hábiles para eludir hechizos y tan malos para lanzarlos. Eso hasta que supo del Felix Felicis que Potter había tenido en su poder. Detalles. Cabos que un Malfoy dejaba sueltos y que alguien como él o Rabastan jamás habrían dejado sin atar.
Se ajustó las botas.
—¿Has visto a Milena?— Rabastan negó, levantando levemente la gruesa ceja surcada por una cicatriz. —No estaba cuando desperté— Respondió a la pregunta no formulada. Nunca sucedía que él no supiera donde estaba. Tampoco le gustaba no saber. No con esa tensión en el aire, con ese presentimiento que le decía que ella debía estar cerca suyo, sabía que ella podía cuidarse, que podía pelear tan bien como cualquiera de los demás, pero el mundo es duro si no hay nadie dispuesto a dar la vida por la tuya. Y él realmente quería que, llegado el momento, pudiese dar su vida por la de ella si eso conseguía salvarla.
—Rodolphus, la marca— murmuró su hermano menor. Lo sabía, lo sentía en su piel quemando. El Señor Tenebroso estaba cerca, y supo cuando comenzó a ver capas negras agolpándose en el comedor que era momento de saber como seguir.
Albus Dumbledore había sido la barrera inquebrantable en su lucha, incluso aquella que algunos respetaban, Hogwarts era casi intocable, pero ahora él había muerto. Su cadáver se pudría bajo tierra como el de cualquiera y el castillo había perdido su imponencia para volverse solo un viejo edificio de piedra con moho.
Entraron en silencio, ocuparon su rol al frente, donde su jerarquía se los permitía.
Draco estaba en frente, tembloroso, junto a una Alexandria que fallaba disimulando la dureza con la que apretaba su mandíbula.
¿Donde demonios estaba Milena?
Enderezó la espalda y cerró los puños cuando El señor tenebroso entró. Podía sentir a todos a su alrededor sudando pavor. Y entonces la encontró con la mirada. Durante un segundo sus ojos grises se enfocaron en él, dándole un poco de alivio. Al menos estaba viva, eso ya era bastante en plena guerra. Junto a ella había alguien de rodillas, una mujer. Traía la cabeza cubierta por una capucha de tela negra.
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Amor en tiempos de mortífagos.
FanfictionAlexandria esta destinada a luchar desde que nació. Pero ahora ya no lucha solo por sobrevivir, si no por salvar el alma de una persona que se metió bajo su piel: Draco Malfoy. R18.