Mila sentía que los músculos le ardían. Cuando Alexandria uso la palabra entrenar, penso que se refería a hechizos, encantamientos, secretos de las artes oscuras... no a ejercicio físico.
—¿Por qué tengo que hacer esto? ¡Soy una bruja!
—¡Una bruja mimada que no soporta el frío, el calor ni las misiones! Si no puedes mantenerte en pie y esquivar las maldiciones, no podrás matar a nadie. ¡Sigue!— Estaba sudando más que nunca en su vida y las lágrimas ardían en sus ojos del dolor en sus músculos— ¡SIGUE!
Alexandria estaba disfrutando esto, especialmente cuando lograba hacerla soltar quejidos de dolor y cansancio.
—Ya no haré mas nada, estoy agotada— Alexandria jugueteó con su varita.
—¿Qué tal te vendría un imperius?
—Te odio.
—El sentimiento es mutuo, ¡sigue!
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Alexandria suspiró antes de entrar al cuarto de Draco. Nunca le admitiría a nadie, ni siquiera a si misma, que extrañaba al rubio. Draco era, casi irónicamente, como una serpiente, susurrante, astuto y deslizándose entre las personas, manipulando a todos a su alrededor. Tal y como ella, manejando a todos salvo a su propia vida.
Harry era una persona tan buena que la confundía y la desconcertaba, la intrigaba como un alma tan pura podía estar unida a alguien tan carcomido como Voldemort, pero terminaba por hacer trabajar su cerebro más de lo que quería.
Draco era solo Draco, no preguntaba, no indagaba y no se espantaba con nada. La había visto asesinar a una persona y se había metido a la cama con ella dos horas después...sin cuestionar nada.
Se recostó en la cama, mirando al lugar donde Draco solía acostarse.
Su misión era clara, sus ordenes habían sido irrefutables. ¿Porque había tirado todo por la borda por proteger a Draco? ¿Por qué había dejado que esos melancólicos ojos grises ablandaran su compasión endurecida? Draco la distraía, la manipulaba y la utilizaba de una manera tan sutil y seductora que hacía que su mundo desapareciera entre las sábanas.
Acercó las rodillas al pecho, en posición fetal. No quería volver a ver a Milena, ni a Cordelia, ni a Harry, ni a los Lestrange, ni Dumbledore, ni Voldemort, ni su brazo, donde la marca resaltaba.
Draco si, lo quería sobre ella, a su lado, dentro de ella...
Draco sí.
Draco.
A veces la vida le resultaba malditamente agobiante, cada año pesaba sobre sus hombros toneladas, cada hombre que había pasado entre sus piernas ardía como herida y sus ojos quemaban con la necesidad de llorar que siempre se negaba.
Su alma estaba condenada, ni siquiera muerta tendría paz. Nunca. Tenía que salvar a Draco de la condena, tenía que hacerlo aunque le costara hasta la última gota de sangre.
Una solitaria lagrima cayó en la almohada y se levantó. Había que matar impuros.
Tendría con ellos la piedad que no tenía con sí misma, la piedad de acabar con una existencia angustiosa. Les daría la muerte que ella tanto anhelaba.
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Milena se ovilló en la cama, aspirando el aroma a Rodolphus que había en las sábanas.
No lo quieras.
Su conciencia, o quizás su sentido común, tenía la voz de Narcissa, recordandole que Rodolphus solo sería algo pasajero en su vida, un hombre que la usaría y la dejaría.
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Amor en tiempos de mortífagos.
FanfictionAlexandria esta destinada a luchar desde que nació. Pero ahora ya no lucha solo por sobrevivir, si no por salvar el alma de una persona que se metió bajo su piel: Draco Malfoy. R18.