Cautivado.

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Rodolphus, a pesar de ser un fiel sirviente de la causa, nunca había disfrutado de las misiones. Si, le encantaba torturar y matar gente, pero no le gustaba eso de andar escabulléndose entre bosques lodosos para encontrar sucios impuros que normalmente eran descartados. Sabía que no encontraría a ningún miembro de la Orden o a nadie particularmente interesante, pero debía cumplir órdenes.

Cinco días había estado fuera de Malfoy Manor. Cinco días sin comida decente, durmiendo en el suelo y sin sexo. Por lo que suspiró con alivio cuando por fin estuvo frente a la puerta de su habitación.

Abrió la puerta, su cuarto ya ni siquiera olía a él. Olía a mujer. Sabía que la castaña había pasado cinco días durmiendo en la cama que compartían y eso lo hacía sentir extraño.

Dos brazos lo rodearon, seguidos de dos piernas y pronto cayeron en su mejilla, su mentón y finalmente su boca una sobredosis de pequeños y húmedos besos. La niña le había perdido todo el respeto.

La separó para quejarse, pero al mirarla ella le sonrió anchamente y no entendió por qué, pero no pudo regañarla, nunca nadie lo había esperado después de su misiones, nadie lo quería de vuelta, nadie lo extrañaba, salvo ella.

Milena lo había extrañado.

—¿Que tal estuvo todo?— se desenredó de su cuerpo y se sentó en la cama, mirándolo con atención.

—Nada jodidamente interesante— se tiró a la cama descuidadamente, agotado. La castaña se recostó a su lado, apoyándose en el codo para mirarlo.

—Estoy segura que el Lord sabe lo buen mortífago que eres, tú haces mucho por la causa, solo que los miembros de la Orden saben que son perseguidos, Dumbledore no escogería gente idiota— le sonrió levemente y con la mano libre le rascó con suavidad la barba— pero tú eres mejor que esos traidores, solo es cuestión de tiempo.

Rodolphus la observó atentamente. Nunca había estado con una mujer que pudiese hablar de esos temas, nunca había hablado con ninguna mujer de nada, las mujeres mortífagas eran pocas y la mayoría estaban muertas, locas o en Azkaban, pero ahí estaba ella conversando con él y de pasada ofreciéndole una linda vista de su escote.

Cuando estaban solos y no acababan sin ropa, ella usaba su blusa de satén y sus bragas, era realmente sensual y un privilegio a la vista.

—¿Mataste muchos impuros, cachorrita?— sonrió.

—No mate muchos, pero me dejaron interrogarlos— contó orgullosa. Interrogarlos. Estaba aprendiendo a torturar y tenía talento para eso, esa niñata de dieciséis años tenía más sangre fría que muchos hombres que había conocido. —Tengo algo que contarte, algo nuevo que hice— la conversación se volvía más caliente, lo supo por el ronroneó en su voz.

—¿Que has hecho en mi ausencia?— Los ojos grises de Milena le otorgaron una mirada felina.

—Soñar contigo— Rodolphus alzó la ceja, no le gustaban las cursilerías. —No me mires así, sueños interesantes. —Se acercó y apoyó la cabeza en su hombro para murmurar en su oído— sueños húmedos.

—¿Has mojado tus braguitas pensando en mi, nena?— el pantalón le apretaba, su erección estaba haciendo acto de presencia.

—No solo eso Rodo, esa es la novedad. Soñé contigo y tú no estabas, entonces intenté...ya sabes... tocarme— seguía hablando muy cerca de su oído y Rodolphus tuvo que preguntarse en qué momento esa niñita se había vuelto una femme fatale— pero no funcionó, entonces empecé a imaginar que eras tú él que lo hacía y entonces si funcionó...cada noche desde que te fuiste. ¿Rodo?

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora