La misión.

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—¿A qué misión me llevaras? No me has dicho nada— se sentó en el regazo de Rodolphus, dejando la espalda apoyada en su pecho y con los pies descalzos en el borde de la mesita baja que había frente al sofá donde estaban.

Rodolphus soltó un suspiro al sentir el pequeño cuerpo presionando contra el suyo, se le había vuelto una maldita costumbre, además ¿Cómo podía usar esos pijamas y pretender que no quisieran comerla viva? La seda rosa flotaba en sus curvas y los cortos pantalones hacían que sus piernas parecieran kilométricas, a pesar de que Rodolphus le sacaba una cabeza de altura. A veces la dejaba creer que él estaba cansado o aburrido, solo para dejarla ponerse el pijama, observarla un rato con sus movimientos de bailarina, con su aroma a virginidad, para después hacerla suya contra la superficie que estuviera más cerca.

—Iremos a un prostíbulo de mala muerte— respondió, distraídamente. Se contuvo a soltar un gruñido cuando Mila se removió sobre él para poder voltearse a mirarlo.

—¿Esa era la tan supuestamente peligrosa misión? ¿Ibas a ir a un prostíbulo? Lo más peligroso que puede pasarte es contagiarte un hongo que te pique mucho. Tu no querías que fuera para no arruinarte la diversión— un mohín le recordó la edad de la mujercita sobre él, quince años, lo que ella consideraba su vida entera, para él solo eran los años que había pasado en Azkaban.

—Me insististe en ir a una misión, te dije que vendrías conmigo y por eso elegí la misión menos peligrosa, solo tenemos que ir, matar a todas las prostitutas muggles y marcharnos.

—¿Por qué?— preguntó, sentía algo burbujear en su interior, Rodolphus había elegido una misión solo por cuidarla.

—Porque el maldito hijo de perra de Greyback se une a la causa, junto con toda su manada, solo si les damos presas frescas y necesitamos personas que no sean reclamadas por nadie.

—¿presas frescas?— Rodolphus supo el asco que aquello había producido en ella por su expresión, incluso a él le parecía desagradable el canibalismo que profesaba Greyback.

—Estarán muertas cuando se las coman, pero si.

—¿y no hay seguridad o algo? ¿Hombres grandotes defendiendo a las mujeres con esas cosas muggles que usan para matarse? ¡No me mires así, nunca he pisado un prostíbulo! — se defendió, ante la mueca burlona de Rodolphus.

—Ahí entras tu, te ofreceros para venderte como prostituta— Rodolphus paso la punta de sus dedos por el escote de Mila— tendrás que entrenerlos un rato mientras vemos cuanta gente hay dentro, si alguien se escapa podría resultar todo muy mal.

—¿Fingiré ser una prostituta? Rodolphus no sé nada de eso, ni siquiera sé cómo debe verse una prostituta.

—¿Cómo es posible que seas tan inocente?— cuestionó con voz ronca.

—Pase trece años encerrada en una mansión con mi institutriz vigilándome y el ultimo en una escuela para señoritas, mi padre siempre fue muy firme respecto a mi...castidad, nunca tuve contacto físico con ningún hombre, bueno, salvo tú... Ahora ¿me dices como se supone que debo entretener a esos muggles? No quiero que me toquen— Rodolphus pretendió no demostrar su asombro. Incluso a las jóvenes que él había conocido en su época de estudiante se les permitía libertad moderada, se les enseñaba algo primordial, se podía hacer todo siempre y cuando fuera con un sangre pura. Algunas, como Narcissa, se prometían muy jóvenes y no tenían tiempo de ser estrenadas por alguien más que no fuese su marido y otras, como la demente de Bellatrix, disfrutaban ser las zorras de cada sangre pura que tuviese ganas de bajarse los pantalones. Pero toda la vida de esta niña había sido hecha como una burbuja de castidad, con una peligrosa ingenuidad. Había hecho muchas cosa deplorables en su vida, pero quizás destrozar esa pureza había sido lo peor que el recordara. ¿Pero cómo iba a resistirse? Cuando ella estaba sobre él, expuesta y entregada, agitando sus pestañas y mordiéndose su rosado labio.

Amor en tiempos de mortífagos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora