43. Tu rastro

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"Solo nosotros sabemos estar distantemente juntos" - Julio Cortázar


Adrián

La rabia me recorre como veneno, es una maldita serpiente que sabe muy bien lo que hace; sin embargo, hay placeres que no se quitan.

Sus ojos se llenan de ansiedad cuando se me cae la toalla. Tengo la polla hinchada de ganas y coraje, las venas que la sostienen también se tensan a la par de mis manos cuando sujeto las suyas a punto de tocarme.

—Juegas con el infierno.

—Quémeme demonio.

Busca mis labios y se los niego, porque enseguida le doy vuelta dándole una nalgada de alma que la hace gritar de golpe. Se sostiene como puede cuando la pongo en cuatro, mi polla está tan hinchada que las venas parecen explotar por dentro cuando la tocan.

Gime al sentir que la punteo por las nalgas ¡Joder! Sigo tan cabreado por lo sucedido en estos días que mi enojo no tiene límites al bordearla con la daga caliente.

—¿Confías en mí, Bianca? —su respiración tensa lo dice todo, pero es valiente. Su orgullo no va a mostrarme el pánico que le da que juegue con un cuchillo en su cuerpo.

Una risa perversa sale de mis adentros, aunque debo reconocer que me excita más de la cuenta. Recorro el arma filuda sin lastimarla por su espalda hasta que por fin llego a su trasero. Le doy otra nalgada que hace su piel roja para luego acariciar toda la extensión del maravilloso cuerpo de mi mujer expuesto ante los ojos de su hombre.

—¿Qué se siente apuñalar?—gruño en su oreja. Su piel está tan roja que me calienta en segundos hasta que tomo el mango, la parte que no es filuda, dejando que toque su clítoris.

—Qué mierda...—gime en medio de un reclamo pero cuando lo muevo se deshace.

Empapa la daga soltando jadeos. Su cuerpo se tensa a la par de mis movimientos circulares que la trabajan. Hundo su espalda dejándome la amplitud de su trasero hacia mí para luego rozar la extensión del mango entre sus labios vaginales.

—¿Querías que te clave...,niña?

—¡Adrián!

La acaricio hundiendo la pequeña punta en su canal mientras el cuerpo le arde. Adrenalina viva la recorre, el miedo y el placer de mis movimientos se juntan a la par de mi polla erecta, llena, hinchada que espera por penetrarla duro.

—¡Ah!—grita—¡Ah! ¡Ah!—va más agudo.

Le hundo dos dedos y la punta, se contrae cuando el resbalón regresa a su clítoris y ahí la sofoco. Estoy tan cabreado que el pensamiento me nubla la cordura, se me atasca un nudo en la garganta cuando su sensualidad, sonrisa, y veneno regresan a mi mente.

—Arpía—gruño. Le hundo adentro y afuera en movimientos rápidos cuando sus piernas se ponen rígidas sin dejar que llegue a su límite.

Suelto todo lo que tengo en la mano explosivamente hasta mis labios se posan en sus nalgas para darle una suave mordida con mis dientes, bajando hasta ese coño maldito que me envicia la cabeza.

Mi lengua no soporta la espera, sus jugos son tan placenteros que disfruto empapándome y lamiendo para luego palmarla dándole dándole la vuelta.

«Joder, he ansiado tanto a mi mujer así como ahora...»

Mi cabeza se hunde hasta donde puede con la punta de mi lengua en su clitoris. Se arquea con un gruñido de frente enrollando las piernas en mi cuello mientras su mano se posa en mi cabeza.

—¡Adrián!

Su voz se pierde mientras la lamo mirándola para luego subir a esos pechos rosados extasiado y lleno de deseo que quema. Los chupo fuerte rasgándolo con mis dientes, mamo duro hasta dejarlos rojos para luego dedicarme a marcar ese cuerpo de sirena con succiones a mi paso.

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora