48. Red Sky

84.6K 7.3K 9K
                                    




"Qué difícil es renunciar a alguien que quieres a tu lado con todas tus fuerzas"

Bianca

Dicen que las víboras no lloran, que las víboras no ceden, que las víboras muerden con inteligencia a sus presas aferrándose a lo que más les conviene sin importar lo que destruyan. A golpes aprendí a ser una de ellas «la leyenda» volviéndome tan inalcanzable y ponzoñosa que todo aquel se acercaba moría con mi veneno hasta que un día la vida me puso un antídoto de frente...cuando amar no era parte de mi naturaleza.

El corazón se me agita mientras los pasos suenan más cerca «¡No hay tiempo!» marchan y marchan en un coro de burlas y amenazas mientras la fuerza de Adrián intenta arrastrarme, entonces yo...

—No voy a dejarte—siseo deteniendolo—. No de nuevo.

Nanosegundos pasan sin dejar de mirarnos en medio del vacío que sientes cuando entiendes lo que significa. El peligro late cada vez más cerca y su fuerza insiste en hacer que huya.

—Bianca...—gruñe.

—Ganar o ganar, morir no es una salida.

Explotan las maderas mientras el dron dispara balas a por doquier agujereando toda la pared que nos respalda. La ventana está completamente destruída, suenan localizadores, radios, voces que marcan un conteo para detonar gases tóxicos mientras sus ojos me acribillan.

—¡Muévanse! ¡Ahora!—Yamir grita sacando a Elena de los brazos, ayudando a Méndez quien se levanta ensangrentado y a la par trato de cubrir a Rambito como sea.

Me veo acorralada en un esquina junto a Adrián quien opta por entretener a los drones lanzando grandes vidrios en otra dirección para que lo sigan. Corremos en medio del humo, Yamir y los demás escapan esquivando tiros que le lanzan en los pies mientras cubro a Ángelo con mis brazos quien no ha dejado de llorar desconsoladamente.

—No llores, mi destructor, saldremos de esta.

Contiene sus lágrimas obedeciendome. Adrián se lanza hacia una esquina abriendo una caja fuerte que contiene un maletín con dinero, documentos, armamento y granadas.

—¡Bianca!—grita pateandome un arma por los pies y una ráfaga de disparos se apresura.

Doy un grito dejando al niño en una esquina mientras mis dedos empiezan a disparar a cada uno de los hijos de puta que aparecen entre la niebla de escombros. Adrián se suma con una ráfaga de tiros pero son más y más y más... ¡Aparecen como hormigas! ¡No paran!

—¡Atrás!—me avisa y detona lanzando una granada de menor alcance que logra hacerlos explotar removiendo los cimientos de la casa—¡Bianca!

Su grito hace eco en mis oídos cuando siento un golpe en mi espalda producto de la lucha de dos hombres que aparecen tras de mí por la ventana.

—Este es el saludo de Ricardi, maldita zorra—me abofetea y de un patadón le pudro los huevos clavando un cuchillo en su rostro para luego dispararle al otro, que corre hacia mi hijo, en la nuca.

Su sangre salpica en los bracitos de Ángelo, me mira asustado haciéndose el fuerte «¡Por Dios! ¡Es solo un bebito!», corre hacia mí en su inocencia diciéndome que tiene mucho miedo mientras Adrián se dedica abrirnos paso hacia el túnel.

—¡Un minuto, regresarán en un puto minuto!—grita—¡Lárgate ahora!

Me quedo en silencio.

—¡No voy a huir!—sus venas remarcan ira—¡Voy a matar a todos esos hijos de puta!

—Ya no somos solo los dos, Adrián

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora