24. Al límite

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"Jamás se va lo que se queda abrazado al alma" D.S






Bianca

Un nudo en la garganta se me forma, pero aún así no bajo la cabeza.

Son ellos: ojos ardientes, falso traje de policía, tatuajes de serpiente en sus brazos. Podría reconocerlos aunque fueran mendigos. Mis mejillas se acaloran ante la situación sabiendo que no hay tiempo para la supervivencia; o matas o te matan.

Trago saliva cuando me toman de los brazos, un espasmo remece mi interior de golpe al sentir las esposas en mis muñecas. Adrián se acelera sacando su arma de a pocos; sin embargo, lo detengo con la mirada. Mis ojos cuadran con los suyos a la perfección mientras parpadeo dando un leve giro hacia los tatuajes. Se queda inmóvil entendiéndolo, el caos se despierta, pronto la gente llega con antorchas gritando mi nombre.

—¡Alto todos! —grita un policía.

Adrián levanta las manos con los dientes apretados, aún me mira. La gente del pueblo queda aterrada al verme ser llevada por los policías por los verdes pastos de la mansión dorada sin que mueva ni un solo dedo para defenderme. Sirenas gritan por todo lado, los corazones de mil personas palpitan fuerte; estoy siendo humillada públicamente y me muerdo la lengua.

Inhalo. Aprieto las piernas. Mis músculos se quedan tensos.

Mi mirada se centra en Adrián de nuevo; sigue con las manos hacia arriba mientras tres de los policías se dedican a registrarlo. Pareciera que trae cargamento camuflado en su piel y, en un segundo de catástofre, su cara cambia para luego sonreírme.

Gruño. Estoy excitada. Los pezones se me endurecen mientras sonrío. La gente deja de arengar al verme tan segura. Se quedan en silencio mirándose los unos a los otros.

Escaneo al enemigo.

—Fue más fácil de lo que imaginamos —se dicen en Italiano—¿Y aún así dicen que es la perra de la mafia? —ríen.

Jugar con su mente, elevar su ego. Dejar que la prensa entre en territorio de batalla.

—¡Adentro! ¡Regístrenla! —Palpan mi espalda y mi cuerpo.

Fingir que no eres un peligro.

—Siento mucho lo sucedido, señores —mascullo en tono mustia, clavándoles la mirada para contar mentalmente cuántos quedan—. Soy inocente.

Dejar que muestren sus debilidades.

—Tendrás que explicárselo a nuestro jefe —sonríe—. Maldita perra. Solo eres una simple mujer, las mujeres no sirven para nada.

Levanto la ceja mientras se explaya, lo que me da tiempo de escanear todo: cuatro falsos policías armados y con explosivos, rostros desconocidos, tatuajes de serpiente. Novatos, aptos para el engaño, presas fáciles.

Ataque.

El corazón se me agita, adrenalina viva palpita por  mis venas. Puedo sentir el eco de mi respirar, me paro en medio del camino casi a un metro del auto, haciendo que pierdan la paciencia.

—¡Avanza! ¡Maldita sea!

Sus rostros sudan. Sonrío asintiendo mientras mis piernas se levantan a la altura de sus mentones y con la punta de mis pies lanzo una patada de golpe

¡La maldita guerra!

Disparan y me agacho, tengo las manos en las esposas pero aún así logro barrer con mi pierna las suyas. Adrián acuchilla a los tres policías; toma el arma para disparar de golpe. Caen cuatro, quedan dos maricas además de sus refuerzos que entran en la zona disparando. Agarro las llaves de las esposas para desatarme, aflojando un poco la muñeca; mover músculos hasta amoldar con movimientos.

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora