3. Cuidado

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"Cada día en la noche duermes conmigo, aunque ninguna de esas noches estés junto a mí"



Bianca

Sus ojos son un par de explosivos en mi mente y mis recuerdos.

Tenso mi garganta, contraigo el aliento, no puedo respirar. Mi cabeza explota de preguntas. Se acerca a mí con lentitud, aún manteniendo su arma encima, para luego quitarse el antifaz de golpe. Adrián...

Me mira con frialdad, sus ojos cambiantes solo reflejan oscuridad ahora. Doy un corto respiro cuando sostengo la mirada hasta que palidezco. Mis ojos no lo creen, mi cuerpo se engarrota sintiéndome presa de la tensión y el asombro ¿Qué hace aquí? ¿Qué demonios hace aquí ahora? Se me seca la garganta, no puedo quitarle los ojos de encima, es un maldito fantasma que me atormenta.

—Adrián...

—Dante Rostov, Adrián está muerto. Los muertos no regresan, ¿cierto?

Ironiza su pregunta con furia en sus ojos para luego mirarme con lástima. Mi brazo duele, la sangre empieza a chorrear y solo bufa. Trago saliva queriendo hablar, pero las palabras racionales se esfuman con el viento.

Balas. Balas empiezan a desatarse por el aire.

Los pasos rápidos de los hombres de Darío solo me aturden, mi flamante marido me ha encontrado, pero aún así me importa una mierda. Adrián solo se queda frío mirándome, explorando con violencia mis ojos sin miedo a las balas. Sus ojos cambiantes se vuelven oscuros mientras los guardaespaldas solo lo rodean apuntándolo con sus armas de forma abrupta. Quiero decir algo pero es inútil, sé que no habrá nada ni nadie que los detenga. Darío arremete contra él con fuerza.

—¿Quién eres? ¿Quién demonios eres? —grita. Tiene la ropa sucia, un aspecto desgarrador además de raspones en el rostro.

—Tú sabes perfectamente quién soy, idiota.

Darío solo parpadea sin saber qué tiene al frente, pero pronto parece reconocerlo. Sus ojos se agrandan con un alto sentido de competencia.

—No estaba muerto, andaba de parranda —masculla en ironía—, vaya vaya.

—Si valoras tu vida dile a tus perros que bajen sus armas, me está fastidiando todo este asunto.—Adrián amenaza.

—¿Y si no quiero?

Adrián parpadea y luego me mira. Darío explota de golpe.

—¡¿Qué demonios hiciste?! —Grita alterado corriendo hacia mí para luego levantar mi cuerpo.

—¿Señor? ¿Disparamos? —Son diez hombres apuntándolo.

Darío no contesta, solo rompe su camisa para amarrármela en la herida y luego abrazarme.

—Uno. —Amenaza.

—¿Quién te crees, idiota? —Darío se descontrola.

—Dos.

—¡Vete a la jodida mierda! ¡Voy a matarte! —Cuando hace la señal de disparo, todo es inútil. Adrián barre con los diez hombres en un solo giro y mis ojos se incendian.

—¡¿Qué hiciste, imbécil?! —se exalta.

—No te metas con mi gente. No toques lo que es mío, ¿de acuerdo? —levanta el dedo.

—¿De qué hablas, enfermo?

—Tú sabes perfectamente de lo que hablo. Si quieres droga, consíguela en otro lugar. Si quieres diamantes, no te atrevas a tocar mi isla. Si quieres mujeres, debería ser suficiente con tu esposa —mis labios se tensan, lo sabe—. Voy a joder tu vida, animal, me verás hasta en tus peores pesadillas. Destruiré lo que hagas y te hundiré en la mierda, ¿lo entiendes? Estaré vigilándote. Hoy no fallé la bala sin querer, lo hice a modo de advertencia. La próxima que lance será en tu cabeza.

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora