12. Nunca de espaldas

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Cierra lo ojos y corre. Te hago responsable de lo que te duela te persiga. DS





Adrián

Los rayos del sol se meten por la ventana y solo suspiro.

Amaneció, Amalia yace desnuda y siento que mi cabeza explotará en cualquier momento. Tuvimos sexo tranquilo, un buen polvo de noche, estuvo bien por ahora ¿qué más da? Está hecho. Me tensa cuando se pone romántica pero está hecho.

El aire se filtra por la ventana, mi pecho explota con impaciencia, algo dentro de mí se exaspera ¿remordimientos? No. Un asesino como yo no tendría remordimientos, pero lo cierto es que no es mi intención lastimarla. Es una chica bonita, dulce, tierna. Sus manos calman mi ansiedad en el momento menos esperado, su voz acuna mis sentidos, la comprensión que suelta me adormece sin duda y debo seguir con mis planes adelante.

Ella quiere un anillo, la mayoría de mujeres sueña con ello, ¿qué más da si me trago la estupidez y se lo doy de una vez por todas? El matrimonio es algo que nunca imaginé ni en mis peores pesadillas, quién diría que la vida me iba a poner delante de la mierda que más critiqué en todo este puto tiempo, pero Amalia es una mujer que quizá valga la pena.

Ya no hay vuelta atrás ahora.

—Amor... —la voz de Amalia hace que despeje mi mente enseguida. Sonríe airosa mientras me levanto.

—Buenos días.

—¿Qué hora es? ¿Dormí mucho? —ríe suavemente—. Siento no estar a tu altura, alma oscura. Ayer fue increíble, pero suelo cansarme mucho después de...

—No te preocupes. Necesito hablar con Mirko ahora, levántate y ve con las otras mujeres. Nada pasará mientras tengamos controlados a los enemigos.

—Por supuesto —sonríe.

Se cambia delante de mí de forma sensual y no voy a negar que fue un buen polvito. Carraspeo mi garganta sintiendo tensión en los músculos escuchando mi voz interior joder y joder como siempre. Si me hubieran dicho hace años que iba a estar en esta situación, en algo enteramente formal con alguien, me hubiera reído de las pavadas que inventaba, pero hoy es una realidad de la que no hay regreso.

—Eres mi héroe, ¿lo sabías? —cuelga sus manos en mi cuello—. Entraste, nos salvaste con tu inteligencia, me hiciste el amor como loco... ¿imaginas cómo serás con nuestros hijos?

—Una mierda —digo con paciencia—. Odio a los niños, Amalia.

—Bueno, pero tampoco dijiste que no a ningún momento, eso me da una esperanza.

Busco las palabras adecuadas para responder, pero no me salen. Nada con esa mierda va conmigo. Salgo irritado dejándola sola y parece que lo entiende; no me gustan los niños, tampoco el cariño en exceso, quizá porque no me hallo a pesar de haber pasado un tiempo con ella.

Día, la mañana es soleada pero no para muchos. Cuando elevo la mirada Mirko, el jefe de la tribu a cargo en mi ausencia, me saluda de un apretón de manos y juro que agradezco la distracción por el momento. La cabeza me estalla cada vez que pienso mucho.

—Adrián, espero estés más tranquilo —indica en su vago español.

—¿Dónde está? —voy al grano.

—Dentro —dice, señalando una especie de choza en el que tengo al infeliz que quiso volver a atacar  la isla.

Sin pensarlo corro hacia él para tener mi diversión del día; aplico mis conocimientos de tortura y el pelele confiesa rápido. Como supuse, es otro marica camuflado enviado por Darío. Ese tipo realmente no aprende, terminaré cortándole las pelotitas que se carga si sigue metiendo sus narices donde no debe.

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora