33. Inmortal

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Feliz cumpleaños a quienes cumplen en diciembre. Mucho alcohol y delicioso para todas. 🌹


"Te quería tanto que te ayudé a destruirme."



Adrián

Alcohol, puto y renaciente alcohol que aplaca las heridas.

En medio de la oscuridad de una vieja habitación, cerca de un pueblo estúpido a kilómetros de Milán, me llevo la última gota de whisky a mis labios después de haber terminado mi misión en Italia: entregar a Bianca Simone.

Han pasado 50 minutos y como siempre no puedo dormir, por lo que me levanto prendiendo el último cigarrillo. Tanto la gata como yo hemos finiquitado lo que nos ataba y unía, la jodida sed de venganza que carcomía hasta el más mínimo de nuestros huesos. Está hecho. El guión se acabó, la herida sanó de golpe. No hay más historia que contar ni arrepentimientos.

—¿Disfrutando de tu libertad, mi niño? —es lo primero que escucho al contestar el móvil. Mis dedos se aprietan al reconocerla—. Dicen por ahí que la maldad es preciosa ¿No lo crees? Se clava en la piel y solo se va cuando logramos vengarnos.

—¿Qué quieres? —Una tormenta azota desde mi ventana.

—Solo darte las gracias y decirte que mi piel jamás olvidará tus manos... mucho menos en mi coño—murmura—. Aún tenemos un último pendiente antes de irme para siempre ¿Adivinas cuál es?

Exhalo nicotina por los labios. Se refiere a los documentos, los malditos documentos que tanto busca.

—¿Cuándo?

—Cuando tú quieras, será también la última vez que nos veamos... —se escucha una carretera, hacemos una larga pausa antes de seguir—. Estoy... orgullosa del hombre que crié, me follé y amé como nunca.

—Tú no amas a nadie.

—Es cierto—ríe—, pero tú siempre fuiste mi favorito entre todos los asquerosos bastardos salvajes que formé. Nunca decepcionas, Tormenta. Nunca.

Puedo sentir su respirar, otra larga pausa se alza en medio del ruido del cielo y el aguacero que cae sobre nosotros. Por lo que sé está en un auto, las llantas resuenan en medio de la maleza del lugar mientras sus manos juguetean con el volante, como lo ha hecho desde que era un crío.

La gata es muy predecible a veces.

Pego mi cabeza contra la ventana sabiendo que sigue ahí manejando con un auricular en el oído, posiblemente mascando su asquerosa goma de mascar de siempre, presintiendo exactamente lo que mi cabeza pensó, batalló y determinó en su momento.

No me conoce del todo, aunque sí lo suficiente como para garantizar mis acciones. Sabe que «Tormenta», el niño que robó y crió desde los cinco años, no olvida, no perdona ni muere, solo descansa hasta volver a atacar. Que el hambre, la ira y sed de venganza no se irían tan fácil de mi mente después de haber arriesgado todo.

Trago hiel con el recuerdo de aquel arma en mi cabeza. Las noches de tortura, electricidad, peste y golpes que me dejaron paralítico. Entre las sombras deshago el juego de ajedrez que creé hace mucho donde yo, el peón, inventaba mis propias jugadas para llegar hacia la reina y hacerle un jaque mate que la pondría en vilo.

Saboreo la amargura entre mis labios, cada cosa que me tragué desde que empecé a mover un dedo, las veces que renegué de mí mismo por haber sido un idiota. Las fichas estaban en su sitio, el final se veía muy lejos en ese entonces, pero trabajando poco a poco, subiendo peldaño a peldaño fui armando mi gran cacería.

Peligroso deseo © [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora