1. Despegue y Aterrizaje

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Y ahí estaba yo, Beth Dumont;  una pequeña niña de un metro cincuenta y siete con diecisiete años parada en una larga fila como una muerta viviente, sola, con un simple jean y buzo celeste pastel desalineada, con mi ondulado cabello castaño hasta ...

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Y ahí estaba yo, Beth Dumont;  una pequeña niña de un metro cincuenta y siete con diecisiete años parada en una larga fila como una muerta viviente, sola, con un simple jean y buzo celeste pastel desalineada, con mi ondulado cabello castaño hasta la mitad de mi espalda despeinado, con un pasaje de avión en mis blancas manos de muerta viviente, sintiéndome  rota, con una nueva aventura que vivir. O más bien, una nueva forma de vivir que me esperaba en ese pasillo.

Y no, no es una historia emocionante, no me iba a ningún campamento a pasar las mejores vacaciones de mi vida, tampoco me iba de viaje de estudio con mis compañeros de clase, y mucho menos a un parque de diversiones por un fin de semana. Me iba a enfrentar una nueva realidad, un nuevo mundo. A un reinicio, así le llamaba yo: reinicio.

Todo pasa como un flash, tan rápido, que apenas podía procesar lo que me decían las azafatas mientras cruzaba ese pasillo que casi todo mundo anhela. Veo al enorme avión ante mis ojos, a unos simples metros, y yo solo sigo al resto de los pasajeros, hasta dar con las escaleras que subo mientras miro mi ticket buscando mi asiento, estaba tan perdida y absorbida en mis pensamientos que me doy cuenta de que me he pasado del lugar en el que me tocó; y los insultos del resto de los pasajeros no tardaron en llegar al verme dar la vuelta por el pequeño pasillo llevándome todo por delante, mucho más al no haber dicho algún mísero "disculpe" o un "permiso"; no es que sea una mal educada, pero en estos momentos no me importa nada, porque siento un vacío en mi pecho.

Miro mi ticket y miro mi asiento, justo detrás del ala del avión, podría haber sido el asiento perfecto, pero no, yo no iba del lado de la ventanilla, y la persona que sería mi acompañante de viaje todavía no llegaba. Podría haber considerado la idea de pedirle un intercambio de lugar, pero estaba tan sumergida en mi dolor que solo acomodé mi bolso y busqué los auriculares que incluía el avión para ver alguna serie o poner un poco de música en la pantalla que se encontraba frente a mi, para intentar lograr dispersar mi mente un poco. Habían títulos diversos, como series de médicos, de niños, romance, entre otros. 

Pero ninguna podía captar mi atención. Nada podía consolar a una joven de diecisiete años en su último escolar que estaba enfrentando la cruda y fría realidad por adelantado. Porque había perdido a mi madre en un accidente, y mi padre fue solo neblina  y liebre a la vez a lo largo de mi vida. Tampoco tenía hermanos, y en ese momento tal vez agradecía no tenerlos, porque el problema hubiera sido más grande, y yo me sentiría más perdida con alguien pequeño dependiendo de mi. Claro que si hubiera sido algún hermano o hermana mayor tal vez estaría complacida, y el dolor sería compartido. Pero eso pasaría solo en alguna dimensión alterna, y yo estaba viviendo otra realidad, la realidad de que estaba sentada en el asiento de un avión a punto de comenzar mi último año de colegiatura en una escuela nueva; y en una ciudad nueva, Los Ángeles, ese era mi destino. Viviendo con alguien que no había compartido espacio por más de siete días. Mi tío, Ezra, solo lo veía dos o tres veces al año ya que él vivía en Los Ángeles y yo en la pequeña ciudad de Brookville . Me llevaba bien con él, teníamos cosas en común.

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