10. Pequeños y Grandes Pesares

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La mañana del lunes fue bastante pesada, tuve un poco de dificultad para espabilarme. El invierno era cada vez más frío y ya no solamente tenía mis mejillas congeladas, sino que ahora mis piernas se congelaban también. El viento frío atravesaba la tela de mis medias recorriéndome hasta por debajo de mi falda. Estaba completamente congelada. 

Y la maldita escuela no dejaba que las mujeres no usáramos pantalones, otro acto patriarcal que me ponía los pelos de punta. Bueno, no solo a mi; a Charlotte le hervía la sangre, y a Cansu; quien era la más friolenta de las tres.

Apenas entré a la escuela, (sin la presencia de Alex), porque no me lo había cruzado en el tren;  me encontré con Antoire, como siempre leyendo en el mismo banco el mismo libro.  Estaba vestido con el uniforme aburrido de la escuela, cubierto con un sobretodo gris que lucía bastante pesado y una bufanda azul oscura. Estaba tan congelado como yo. Nuestros dientes comenzaban a castañear y nos dimos por vencidos dirigiéndonos  a la cafetería a comprar un café bien caliente. Pero para nuestra desgracia estaba bastante llena,  tendríamos que hacer una laaaaaarga fila. Pero algo iluminó nuestro camino en este día de invierno oscuro, o bueno, más bien alguien. Mirko. Estaba a tres personas de pedir su café en la fila, era el blanco perfecto.

Antoire y yo nos miramos al mismo tiempo como gemelos comunicándonos por telepatía, y sin más que pensar nos dirigimos hacia Mirko.

—Buenos días rey, ¿Cómo has pasado tú fin de semana?—le sonreí piadosamente.

—Hola reina, hola Antoire. Puedo a veces ser un cretino, pero puedo leer su mente. Estoy a punto de ser víctima de sus planes siniestros.— el castaño nos fulmina con la mirada.

—¡Vamos apiádate de nosotros! La temperatura por poco está a bajo cero.—dije haciendo puchero.

—Mmmh.— lo medita mientras con su mano derecha acaricia su barbilla. —Cuéntame algo de la pijamada...

—Ni lo sueñes.— le dije con los brazos cruzados y él bufó.

—Hoy estoy caritativo, los dejaré estar conmigo en la fila, pero después de mi.—sonrió burlón. Ser engreído venía de familia definitivamente.

No terminaba de entender el interés de Mirko en saber de una pijamada de chicas. La curiosidad empezaba a picarme tanto como a él.

Mirko pidió un capuccino, Antoire un té de canela, y yo pedí un chocolate caliente. Le di un sorbo, y tomé a Mirko de la manga de su pullover. —¿Por qué tanta curiosidad por nuestra pijamada? No eres un puberto de catorce años, o al menos en edad no.

—Si te lo digo, ¿Prometes responder a mi pregunta?— el rostro de Mirko se había tornado bastante serio.

—No lo sé. Podría considerarlo.

—Entonces mejor no, pero si aceptas búscame.— Mirko se dio la vuelta con un semblante un poco triste. O tal vez era el invierno que hacía ver  todo más deprimente de lo que era.

Antoire y yo nos dirigimos al curso con nuestras bebidas calientes en silencio, era algo agradable de él que respetara espacios, pero a la vez un poco tedioso. Me gustaba su silencio en las mañanas, porque no había nada que me agradara más que desayunar en silencio mientras miro a un punto fijo como asesina, pero luego de ese momento ya me resultaba un poco incómodo el silencio. Y siempre que quería hablar con él tenía que iniciar yo el tema de conversación, y no es que me moleste, pero a veces no tenía una mera idea de que podría hablar.

¡Pero eureka!

Cansu llegaba resplandeciente con su rubio cabello brillando como oro con los pobres rayos del sol que aparecían y desaparecían por las inquietas nubes.

ReiniciandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora